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Actualizado: 29 de mayo de 2025


Toma las letras le dijo Martín a Bautista . ¡Guárdalas! ¿Te las han dado ya firmadas? . Hay que prepararse a salir de Estella en seguida. No si podremos dijo Bautista. Aquí estamos en peligro. Además del Cacho, se encuentra en Estella Carlos Ohando. ¿Cómo lo sabes? Porque le he visto. ¿En dónde? Está en mi casa herido. ¿Y te ha visto él? . Claro, están los dos exclamó Bautista.

Martín presentó a su mujer al periodista y los tres reunidos esperaron a que llegaran los últimos soldados. Al anochecer, en un grupo de seis o siete, apareció Carlos Ohando y el Cacho. Catalina se acercó a su hermano con los brazos abiertos. ¡Carlos! ¡Carlos! gritó. Ohando quedó atónito al verla; luego con un gesto de ira y de desprecio añadió: Quítate de delante. ¡Perdida! ¡Nos has deshonrado!

Calculando, pues, que un pueblo donde no había más que la justicia y él, él había de ser forzosamente el ajusticiado, andaba buscando arbitrios para escaparse del poder de la Junta; la cual así pensaba en soltarle, como quien lo consideraba en aquellos momentos un cacho de la apetecida España, que la Providencia tiene guardada felizmente para más altos fines.

Carlos de Ohando y algunos condiscípulos suyos, carlistas que se las echaban de aristócratas, comenzaron a proteger al Cacho y a excitarlo y a lanzarlo contra Martín. El Cacho tenía un juego furioso de hombre pequeño é iracundo; el juego de Martín, tranquilo y reposado, era del que está seguro de mismo.

Vamos, ven acá, cacho de cielo... Algo bueno nos había de tocar una vez siquiera á estos pobres que nos pasamos la vida dentro de la tierra como los topos comiendo y respirando carbón... ¿ no sabes, palomita, que estoy envenenado desde que te robé aquellos besos junto al río? ¿ no sabes que me he pasado muchas noches en vela pensando en ti? ¿No sabes que aquí dentro del pecho todo el gas que tenía se ha inflamado de pronto y estoy ardiendo en vida por ti?... ¡Ven acá, rosa temprana!... ¡ven, cerecita dulce!

No voy, porque tu hermano me odia contestó claramente Martín. No, no lo creas. ¡Bah! Yo lo que me digo. El odio existía. Se manifestó primeramente en el juego de pelota. Tenía Martín un rival en un chico navarro, de la Ribera del Ebro, hijo de un carabinero. A este rival le llamaban el Cacho, porque era zurdo.

Pero la joven dejaba ver un cacho de mejilla, y este cacho de mejilla, por lo suave, por lo terso, por lo sonrosado, interesaba profundamente al auditorio, y muy especialmente al monaguillo que ayudaba a la misa. «Son unos noviosse dijeron los fieles rebosando de curiosidad y penetración. En efecto, eran ellos, la fresca y simpática Carlota y el venturoso Mario.

Ahí, Bautista decía Zalacaín . ¡Bien! Corre, Martín gritaba Bautista . ¡Eso es! El juego terminó con el triunfo completo de Zalacaín y de Urbide. ¡Viva gutarrac. Catalina sonrió a Martín y le felicitó varias veces. ¡Muy bien! ¡Muy bien! Hemos hecho lo que hemos podido contestó él sonriente. Carlos Ohando se acerco a Martín, y le dijo con mal ceño: El Cacho te juega mano a mano.

D. Juan, que era también rico y tenía su cacho de orgullo, y sobre todo adoraba a su hija y creía que el día menos pensado vendría un duque de Madrid a pedírsela, se irritó grandemente, le llamó rústico, podenco, y juró que, antes de ver a su hija casada con semejante cafre, preferiría que se quedase soltera.

El Cacho, si comenzaba a ganar, se exaltaba, llevaba el partido al vuelo; en cambio, desanimado, no tiraba una pelota que no fuese falta. Eran dos tipos, Zalacaín y el Cacho, completamente distintos; el uno, la serenidad y la inteligencia del montañés, el otro, el furor y el brío del ribereño.

Palabra del Dia

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