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Actualizado: 27 de mayo de 2025


Acostados blanda y cómodamente sobre la hierba de nuestros prados, cerca del agua que se escapa á borbotones, es muy fácil abandonarnos á la voluptuosidad de vivir, contentándonos sólo con los encantadores horizontes de nuestro clima; pero dejemos nuestro espíritu vagar bastante más allá de los límites donde alcanza nuestra mirada.

A los muchachos, muchachas, viejos, viejas y otros de esta calidad, se les debería emplear en cosas que cómodamente pudieran hacer, de forma que ganaran para comer y vestir; pues, como digo, hay para ocuparlos a todos con utilidad de la factoría.

Media hora después, los tres la emprendían con el asado, que lanzaba un exquisito olor a nuez moscada; y acabada la comida, se ponían en marcha, pues estaban impacientes por llegar al bosquecillo y reunirse a sus compañeros. Había, no obstante, en la selva muchos claros que permitían a los náufragos marchar cómodamente.

Salimos de Inglaterra doscientos pasajeros, y cada uno tenia cómodamente su puesto en la mesa, pues el comedor es un magnífico salon. Los camarotes, de dos camas en su mayor parte, son estrechos y poco confortables.

Creía en Dios como en una persona excelente con quien se cumple de sobra, dejándole de cuando en cuando una tarjeta en el cancel de una iglesia; el hombre era para él un tubo digestivo muy bien dispuesto; la vida, una peregrinación, que, con la bolsa bien repleta y el estómago bien lleno, podía hacerse cómodamente; y el matrimonio, la fusión de dos rentas y la prolongación de una estirpe que había de llevar su ilustre nombre, ni más ni menos que llevan el suyo los toros de Veraguas o las yeguas de Mecklemburgo.

En Aiguillón, á donde llegaron aquella noche, los esperaban el barón de Morel y el risueño Gualtero, cómodamente instalados en la hostería del Bâton Rouge. El noble inglés sostenía interesante coloquio con un afamado caballero del Poitou, Gastón de Estela, que acababa de llegar de Lituania, donde había servido con los caballeros teutones á las órdenes del gran maestre de Marienberga.

Sabía a dónde había dirigido su vuelo aquella mujer peligrosa, y lo decía a todos. Volvía a Italia. El mismo había facturado para la frontera todo el equipaje grueso, mundos enormes como casas, cajones donde podía ocultarse cómodamente él con sus pelados mancebos. Y las mujeres, oyéndole, celebraban aquella huida como si las librase de un gran peligro. ¡Vaya bendita de Dios!

Allá, en la sala agradable, descansaría cómodamente. Las calles estaban obscuras aún, como en las noches de la guerra preñadas de amenazas aéreas. Pero la muchedumbre formaba grupos. Sonaban instrumentos de música y se improvisaban bailes en las encrucijadas. Al penetrar en el atrio del cinema, el empleado que guardaba la puerta salió á su encuentro alegremente. ¡Viva la paz, abuela!

Llegó el tren, tomamos asiento en un coche de primera, y Sarto, cómodamente arrellanado, reanudó su lección. Consulté mi reloj, mejor dicho el reloj del Rey, y vi que eran las ocho en punto. ¿Habrán ido a buscarnos? ¡pregunté. ¡Con tal que no descubran al Rey! dijo Tarlein inquieto, mientras que el impasible Sarto se encogía de hombros.

Tornó á brotar en su pecho la pura alegría que siempre le acompañaba, manifestándose al exterior de una manera infantil. Empezó á charlar por los codos y á caminar con más celeridad. De buena gana hubiese dado brincos. Cuando alguna rama ó vástago importuno interrumpía el camino, ya de muy lejos se daba á correr para separarlo y que la condesa pasase cómodamente.

Palabra del Dia

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