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Está elegante como una institutriz de su tierra... Tiene la cara menos verde, y deja un reguero de olor barato: habrá comprado polvos y perfumes en la peluquería del buque... Y todo por usted, grandísimo conquistador... Hasta lleva zapatos nuevos. No le veo los tacones gastados de antes. Y Fernando, en el egoísmo de su deseo, acogía estas burlas con una satisfacción cobarde.

Dijo, miró con ira á los zumbones que le rodeaban, y rompió el cerco, bamboleándose al andar, como buque de mucho porte que toma la barra seguro de llegar al puerto.

Emprendiéronla entonces con los depósitos de trépang, devorando las olutarias con bestial avidez. Al pie de las peñas ardían grandes hogueras, señal evidente de que estaban preparando el festín de carne humana. A las dos de la tarde todos los barriles de agua y el lastre de arena habían sido arrojados al mar, aligerando al buque de un peso de cerca de cuarenta toneladas.

Sólo las olvidaba para atender al cuidado del marido, preocupándose de los más pequeños detalles de su bienestar. Era su deber. Conocía desde niña cuáles son las obligaciones de la esposa de un capitán de buque cuando se detiene en su casa por unos días, como un pájaro de paso. Pero á través de tales atenciones, Ulises adivinó la presencia de un obstáculo inconmovible.

Todos sus compatriotas permanecían alejados después de haber visto que el gigante del árbol amenazador sabía igualmente aplastar á sus enemigos á gran distancia, valiéndose de rocas capaces de destruir una casa ó un buque. Gritaban contra él, pero se mantenían aglomerados en las bocacalles, prontos á huir, sin atreverse á avanzar al descubierto sobre los muelles.

Tòni, menos desinteresado, habló de la suerte futura del buque... ¡Terminada la miseria! Los fletes á trece chelines tonelada de un hemisferio á otro iban á ser en adelante un recuerdo vergonzoso. No tendrían ya que solicitar carga de puerto en puerto como quien pide una limosna. Ahora les tocaba darse importancia, viéndose solicitados por los consignatarios y comerciantes desdeñosos.

Deslizábase esta cortina río abajo y resurgía el Goethe a una niebla menos espesa, que transparentaba los perfiles lejanos como fluidas siluetas. Al poco tiempo, una nueva avalancha cegadora pasaba sobre el buque, y así iba avanzando éste, con rápidos tránsitos, de una obscuridad absoluta a una penumbra vaporosa y láctea.

Y a pesar de la ruina y destrozo del buque; a pesar del desmayo de la tripulación; a pesar de concurrir en nuestro daño circunstancias tan desfavorables, ninguno de los seis navíos ingleses se atrevió a intentar un abordaje. Temían a nuestro navío, aun después de vencerlo. »Churruca, en el paroxismo de su agonía, mandaba clavar la bandera, y que no se rindiera el navío mientras él viviese.

Sus ojos grises y su rostro de una blancura tierna, semejante a la de un merengue, acogían con visible complacencia estas palabras de brutal homenaje en idiomas que no podía entender. Algunos de los muchachos, que eran españoles, trataban con respetuosa familiaridad a Maltrana, que por algo se creía «el hombre más popular del buque».

Allí estaba Tòni; tal vez les veía pasar desde la puerta de su vivienda; tal vez reconocía el buque con sorpresa y emoción. Un oficial francés, inmóvil junto á Ulises en el puente, admiró la belleza del día y del mar.