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Pero antes, rompe las flechas De mi carcax no vacío: Mi brazo no tiene brío Y el arco se á quebrar. «Mourir sans vider mon carquoisANDR

La mas gente que á yerbas ha salido, Sin armas, y sin fuerzas y sin brio, Con solos los costales han partido, Los mas casi desnudos y con frio. Pues llega el Abayuba encrudecido, A su lado con él viene su tio, Y entrambos tal estrago van haciendo, Que las yerbas del campo van tiñendo.

Pronto se organizó el baile. Próximos á la lumbrada se colocaron en dos filas los mozos y las mozas y viva y concertadamente cada cual frente á su pareja comenzaron á bailar. Entre ellas y ellos había extremados bailarines. Mas entre todos como el roble entre los maíces descollaba nuestro famoso Quino. ¡Qué garbo! ¡qué brío! ¡qué variedad increíble de figuras!

Así me lo perdone también este escogido auditorio, y el público luego. La misma priesa me ha hecho ser más extenso de lo que pensaba. Para decir algo sin escribir o hablar mucho, se requiere o tiempo y meditación, o gran brío de la mente: y todo me ha faltado.

Don Quijote, que le vio ir con denuedo y con brío, le dijo: -Mira, amigo, que no te hagas pedazos; da lugar que unos azotes aguarden a otros; no quieras apresurarte tanto en la carrera, que en la mitad della te falte el aliento; quiero decir que no te des tan recio que te falte la vida antes de llegar al número deseado.

Aquí llegaba Tiburcio en su singular perorata, cuando salió de la iglesia un viejo venerable, ricamente vestido, como muy principal hidalgo que era. Y parándose delante de Morsamor y mirándole de hito en hito con jubilosa sorpresa, le dijo: Sois, señor, el vivo retrato, no si de vuestro padre o de vuestro abuelo, a quien conocí y traté hará ya medio siglo, pero cuya imagen está grabada en mi memoria con rasgos indelebles. Le debí primero franca, leal y cariñosa amistad y después, la vida. Yo me llamo Duarte y soy hijo del heroico Pedro de Mendaña, quien después de la batalla de Toro se mantuvo tanto tiempo en el castillo de Castronuño, contra todo el poder de Castilla. Un valeroso aventurero de aquella nación, cuyo nombre era como el vuestro Miguel de Zuheros, y cuyo sobrenombre de guerra era también Morsamor, fue en aquel castillo mi constante compañero de armas. Audaces correrías hicimos a menudo en el país enemigo. Talamos sus panes, saqueamos alquerías y granjas y volvimos no pocas veces a nuestra fortaleza cargados de botín riquísimo. En una de estas excursiones, que no olvidaré nunca, nos cercó gran golpe de villanos armados y de gente guerrera a caballo. Allí me derribaron del mío, asaz mal herido, y allí hubiera muerto yo, si Morsamor no me defiende con extraordinario brío.

No quedareis, ó hijos de mi alma, Esclavos, ni el Romano poderio Llevará de vosotros triunfo ó palma, Por mas que á sujetarnos alce el brio; El camino mas llano que la palma De nuestra libertad el cielo pio Nos ofrece, nos muestra y nos advierte, Que solo está en las manos de la muerte.

Quedó con tanto brio nuestra gente después de esta victoria, y tan perdido el miedo á las mayores dificultades, que pedian á voces que pasasen los montes, y entrasen en la Armenia, porque querian llegar hasta los últimos fines del Imperio Romano, y recuperar en poco tiempo lo que en muchos siglos perdieron sus Emperadores; pero los Capitanes templaron esta determinacion tan temeraria, midiendo, como era justo, sus fuerzas con la dificultad de la empresa.

Casi todos aquellos hombres eran enjutos. La ambición o la penitencia, ayudadas a menudo por tercianas prolijas y rebeldes, desgrasaban las carnes y labraban ictéricos surcos en los rostros. Rostros a la vez altaneros y tristes, do el brío solía disimular terrores y la constante aspiración hacia Dios iluminaba en lo alto las visionarias pupilas.

Cada vez que me asomo a los hombres, me echo atrás como si viera un abismo; pero de cada vez que vengo a verte, saco un brío para batallar y un poder de perdón que hacen que nada me parezca difícil para que yo lo acometa.