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Actualizado: 2 de mayo de 2025
Febrer reconoció a la mujer. Era la tía del herrero, la tuerta de que le había hablado el Capellanet, la única compañera del Ferrer en su bravia soledad.
El planeta que había contemplado en el camino ya no lucía en el horizonte; se había ocultado, y nuevos astros invadían el cielo. Miraba también a su alrededor, admirando la hermosura bravía del bosque.
Cantara yo tu tierra floribunda, donde en raudales inexhaustos mana. Primavera su plétora fecunda; esa vegetación rica y lozana que te baña en color y poesía como en rayos el sol a la mañana! ¡Cantara yo tu mar, tu mar bravía que, al romper en tus plantas sus cristales te arrulla con su bárbara armonía;
Y en Sotileza, aquella misma robusta inspiración que había dado perpetua vida a Cafetera, al Tuerto y a Tremontorio, ha roto el estrecho marco del cuadro de género y penetrado en el ancho y generoso cerco de la gran pintura, poniendo con entera franqueza a sus héroes entre cielo y mar, y haciéndoles verdaderos protagonistas de una acción trágica, que llega y toca a lo más alto de la pasión humana, acentuada aquí en vigoroso contraste con una naturaleza bravía y rebelde.
Le veían del brazo por las calles con mujeres de llamativo lujo; la gente bravia que frecuenta las timbas guardaba grandes respetos al «mallorquín de las onzas» por su fuerza y su coraje. Contaban que una noche había agarrado a cierto matón, levantándolo en vilo con sus brazos de atleta para arrojarlo por una ventana. Y los mallorquines pacíficos, al oír esto, sonreían con un orgullo de localidad.
Estaba en un colegio de la capital, y las monjas educadoras tenían que batallar grandemente para vencer las rebeliones y malicias de su bravía alumna. Al volver á la estancia Julio y Chichí durante las vacaciones, el abuelo concentraba su predilección en el primero, como si la niña sólo hubiese sido un sustituto. Desnoyers se quejaba de la conducta un tanto desordenada de su hijo.
Poco á poco, influenciado por la quietud montaraz y bravía de la región vasca, el poeta fué empapándose de todos los colores, de todos los gritos de la naturaleza, que habían de vibrar más tarde en las estrofas del extraño poema que iba componiendo.
Estaba Jaime inclinado sobre la borda de una pequeña embarcación que tenía su vela caída. En una mano sustentaba el volantí, largo hilo con varios anzuelos que casi tocaba el fondo del mar. Era cerca de mediodía. El barquichuelo estaba en la sombra. A espaldas de Jaime extendíase con grandes sinuosidades de puntas salientes y profundas escotaduras la costa bravia de Ibiza.
Villa, guiñándome el ojo, entabló nueva conversación, y a los pocos momentos nadie se acordaba de tal desagradable incidente. Dormí bastante mal aquella noche. De un lado, la incertidumbre sobre lo que debía hacer para ponerme de nuevo en relación con mi adorada monja, de otro, la dureza bravía de la cama, me hacían dar más vueltas que un argadillo.
Dentro, impenetrables misterios, medrosas tinieblas, luto y espanto; fuera, límpidos horizontes, aires purísimos, melancólicas armonías, luz, perfumes, espacios sin fin y caricias eternas de una mar bravía que viene sumisa y obediente á besar los pies del coloso, cual besan los blancos copos de las altas nubes su altanera cabeza. Dentro, la noche sin fin; fuera, el día sin crepúsculos.
Palabra del Dia
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