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Actualizado: 4 de julio de 2025


Y así por no acordarme de tal llanto, De tan crudo dolor y triste suerte, Quisiera fenecer con este canto, Que dudo que mi pluma bota acierte. Que puesta la memoria en el quebranto, Cuando me tan cerca de la muerte, Temo se ofuscar

«Chiquilla, ¿me das la mano del almirez? Esta bota tiene un clavo tremendo, pero tremendo, que me ha dejado cojo». Papitos cogió la mano del almirez, haciendo el ademán de machacar al señorito la cabeza. «Vamos, niña, estate quieta. Mira que le cuento todo a la tía. Me encargó que tuviera cuidado contigo, y que si te movías de la cocina, te diera dos coscorrones».

La batalla de Lácar no hizo más que enriquecer el repertorio de las canciones de la guerra con una copla que más que para soldados parecía escrita para el coro de señoras de una zarzuela, y que decía así: En Lácar, chiquillo, Te viste en un tris, Si don Carlos te da con la bota Como una pelota, Te envía a París.

Finalmente, tanto hablaron y tanto bebieron los dos buenos escuderos, que tuvo necesidad el sueño de atarles las lenguas y templarles la sed, que quitársela fuera imposible; y así, asidos entrambos de la ya casi vacía bota, con los bocados a medio mascar en la boca, se quedaron dormidos, donde los dejaremos por ahora, por contar lo que el Caballero del Bosque pasó con el de la Triste Figura.

Pues así no puede seguir exclamaba el capellán . ¡Papeles de importancia tratados de este modo! Hasta es muy fácil que alguno se pierda. ¡Naturalmente! Dios sabe los desperfectos que ya me habrán causado, y cómo andará todo, porque yo ni mirarlo quiero.... Esto es lo que usted ve: ¡un desastre, una perdición! ¡Mire usted..., mire usted lo que tiene ahí a sus pies! ¡Debajo de una bota!

Del fondo de la bodega salió un grito llamando al señor Vicente. Era un arrumbador que dudaba ante los números blancos trazados al frente de una bota y pedía una aclaración al bodeguero. ¡Voy, hijo! gritó el viejo. ¡Cuidado con equivocarse en la medicina!...

No quiso Dios, a pesar de todo, que don Paco las hallase por su mal. Aunque se le saltaron las lágrimas pudo más el apetito. Ganas tuvo también, en su desesperación, de que las magras se le volviesen veneno; pero, en fin, él se comió dos y también la rosquilla. Hubo un momento en que echó de menos el vino y deploró no haber traído la bota.

Estoy decidido a encargarme el calzado fuera de Pilares. ¿Qué le vamos a hacer? Pero este par de botas... murmuró Belarmino, dando vueltas a una de ellas, y descubriendo consternado los desgastes y quebrantos que la bota había padecido por el uso, evidentemente prolijo. Añadió con timidez: Están muy usadas. Por favorecerte, las he puesto un par de veces. Algo más se atrevió a corregir Belarmino.

Estas cadenas y estos dijes eran el atractivo más poderoso, la tentación suprema que presentaban a sus hijos los artesanos de Sarrió para decidirles a ir a Cuba. «¡Tonto, quién te verá venir dentro de pocos años con levita de paño fino, gran camisola planchada, bota de charol y mucha cadena de relós, como don Pancho!» A este último envite casi ningún muchacho resistía. «¿Que me siete vueltas al cuello, padre?

Vinagre admiró como todo el pueblo, especialmente el pueblo bajo, los pies descalzos de la Regenta. En cuanto a él lucía deslumbradora bota de charol, con perdón de la propiedad histórica.

Palabra del Dia

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