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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Venían las damas en jamugas, con bohemios , sombreros con plumas y mascarillas en los rostros, los chapines , con plata, colgando de los respaldares de los sillones; y ellos, unos con portamanteos sin cojines, y otros sin cojines ni portamanteos, las capas dobladas debajo, las valonas en los sombreros, con alforjas detrás; y los músicos, con la guitarras en cajas delante de los arzones, y algunos dellos ciclanes de estribos , y otros, eunucos, con los mozos que le sirven a las ancas, unos con espuelas sobre los zapatos y las medias, y otros con botas de rodillera, sin ninguna; otros con varas para hacer andar sus cabalgaduras y las de las mujeres.
El dueño de Son Vent, un burgués de la ciudad, dio orden a los forasteros de levantar el campo, como si fuesen una banda de bohemios. El pianista estaba tísico, y él no quería contagiar su finca. ¿Adonde ir?... El regreso a la patria era difícil: estaban en pleno invierno, y Chopin temblaba como un pájaro abandonado pensando en los fríos de París.
El doctor Chevirev no se esforzaba por conservar en la memoria los nombres de sus amigos del Babilonia, y no se daba cuenta de que desaparecían y eran reemplazados por otros. Callaba, sonreía cuando se dirigían a él, bebía su champaña mientras los demás gritaban, bailaban con los bohemios, se regocijaban o se entristecían, reían o lloraban.
Y planetas cien veces, mil veces más grandes que la tierra, son ante la inmensidad una porquería como nosotros; y el padre sol que nos mantiene tirantes de su rienda, y al que bastaría un leve avance de su coram-vobis de fuego para hacernos cenizas, no es más que un pobre diablo, uno de tantos bohemios de la inmensidad, que a su vez contempla otro planeta reconociéndolo por su señor... Y así hasta no acabar nunca.
Concluída esta ceremonia, empezaba una crápula de esas de hacer temblar el mundo y sus alrededores. Entre esos bohemios del vicio era mucha honra poder decir: Yo soy chuchumeco legítimo y recibido, no como quiera, sino por el mismo Pablo Tello en persona, con botija abierta, arpa, guitarra y cajón.
No fumaba; había entrado dos ó tres veces en su vida en casa de Copa, y los domingos, si tenía algunas horas libres, en vez de estarse en la plaza de Alboraya puesto en cuclillas como los demás, viendo á los mozos guapos jugar á la pelota, íbase al campo, vagando sin rumbo por la enmarañada red de sendas, y si encontraba algún árbol cargado de pájaros, allí se quedaba embobado por el revoloteo y los chillidos de estos bohemios de la huerta.
Santaló era muy inteligente, muy culto, y tenía voluntad. No triunfó porque ni siquiera pudo vivir. La Casualidad, que vela por los aprendices del Arte, no se cuidó de él. Los bohemios viven a pesar de los restaurantes donde suelen ir a comer y de las yácijas donde suelen ir a acostarse. Baroja dice que el triunfo literario consiste en la resistencia del jugo gástrico.
No obstante su diversidad, toda aquella gente hacía lo mismo. No tardaban en entrar los bohemios, los hombres altos, de cuello largo y cara triste y aburrida; las mujeres modestas, vestidas casi todas de negro, indiferentes a las conversaciones, a las palabras que se les dirigían y a los vinos que había en la mesa.
Vese en el fondo la tienda del Emperador, cerrada por todas partes, y delante de ella grupos de guerreros imperiales y bohemios, que, juntos ya, se confunden unos con otros; de repente cae la cortina de la tienda, y aparece Rodolfo con todas las insignias de su cargo, teniendo en sus manos el cetro y la esfera imperial, y á sus pies, y de rodillas, al humillado Ottokar; éste se levanta entonces colérico, y acusa al Emperador de haber quebrantado su palabra; pero Rodolfo le contesta que su homenaje y perdón, con arreglo á su promesa, sería sólo sin testigos, pero que después era justo, en castigo de su delito, humillar al vasallo rebelde por haber osado levantarse contra su legítimo soberano.
Los Amores de Aurora: segunda parte del Herrero del convento; un tomo 8.º, de 668 páginas, 2 pesetas. La justicia de los bohemios: tercera parte y última del Herrero del convento; un tomo 8.º, de 567 páginas, 2 pesetas. El Capitán de los penitentes negros; 2 tomos, 2 y 2,50 pesetas. El Diamante del Comendador; un tomo, 1,50 pesetas. =PEREDA.= Sotileza. 1885; un tomo, 4,50 y 5 pesetas.
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