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Actualizado: 27 de junio de 2025


Esto le obligaba a ir con alguna más frecuencia a casa de don Bernardino, y a valerse de estratagemas para comunicar con la muchacha; pero todo lo hacía con gusto... y con provecho.

Cuando se tiene la influencia de don Bernardino decía, y se manda en los Bancos y en los Ministerios, como él, porque allí donde don Bernardino dice negro, negro se hace, y donde blanco, blanco... pues, con la influencia de semejante hombre por delante, no hay nada que temer.

Gran patriotismo, tiempo, inteligencia y buenos deseos, y todo se andará. Islote de San Bernardino. El Gran Pacífico. Cielo y agua. Nostalgia. El secreto de las mareas. Calma sospechosa. Pesca del tiburón Los crepúsculos en la mar. Poca fué la estancia en San Jacinto y pocos fueron los víveres con que pudimos reforzar las cantinas de la María Rosario.

Juan Montiño había dado aquella bofetada. Don Bernardino la había recibido. Juan Montiño era el que había arrojado. Don Bernardino el que había caído. Este era el estruendo que había distraído de su chismografía política al alférez de la guardia española Ginés Saltillo y á sus oyentes. Montiño se había vuelto con suma tranquilidad á su bastidor.

Y diciendo esto, dobló con ansia la esquina de la calle de San Bernardino, donde él mismo había puesto el cadáver del sargento mayor. Apenas salió el duque de Lerma por la puerta principal, cuando doña Ana, aterrada aún, se fué á buscar al cocinero mayor, que se había quedado dentro de la casa.

Es cierto, que ahí está don Bernardino Esteven, pero malos vientos soplan también de ese lado; la fortuna de don Bernardino está anémica, dicen, y su caída no es sino cuestión de tiempo. ¡Perfectamente!

Vióle don Pablo llegar a Colón, abrirse la portezuela y bajar dos niñas de blanco, que al punto no reconoció, y luego... misia Goya y don Bernardino Esteven, llevando detrás, como cosido a sus talones, al mismo, al mismísimo Quilito. ¿Era casualidad? ¡Lo que le dió aquello que pensar!

Con que salgáis de un lance con él sin que os mate, no hay más; habéis quedado recibido en todas partes y por todo el mundo por valiente y buena espada. ¿Sabéis á cuántos ha matado don Bernardino? Saber por mismo... no... pero se dice de él... ¡Eh! Del dicho al hecho...

Salió don Bernardino satisfecho, muy satisfecho; en el saloncito tropezó con un empleadillo, que traía la carpeta de notas a la firma de S. E. y rondaba la entrada del despacho, esperando el fin de la entrevista, y Esteven pasó erguido, sin dignarse atender a la mirada provocativa que los ojillos de víbora del cuñado le lanzaron, desde el fondo del salón rojo.

Con este género de vida, sucedió lo que debía suceder. Su tutor pues era huérfano le anunció un día, en son fatídico, que todo aquel caminito de rosas lo llevaban directamente y en tren expres á la portería de San Bernardino, santo respetable en el almanaque, pero que, inscrito al frente del establecimiento á que se alude, es capaz de dar un calambre á una pieza de molave.

Palabra del Dia

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