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Largo espacio ocuparía relatando con todos los pormenores que se conservan aquel alzamiento popular, que tuvo por origen la gran carestía de víveres que se dejó sentir en las clases pobres, encareciéndose tanto el pan, que el hambre imperó con todos sus horrores en los barrios bajos de la ciudad y la situación de multitud de familias llegó á ser verdaderamente desesperada.

Cuéntanse de él infinitas cosas que son dignas, por cierto, de ser recordadas, y como su autoridad era poderosa y su carácter en extremo duro, llegó á ser el terror de la gente de los barrios, en particular de los comerciantes y vendedores de artículos de primera necesidad.

Como el gobierno, influenciado por el Padre de los Maestros, los hacía buscar en todas las ciudades de la República, habían creído preferible no moverse de la capital. Vivían en los barrios miserables inmediatos al puerto.

Su administración parroquial corrió á cargo de los franciscanos hasta el año 1696, en cuya época pasó al clero secular. En 1768 se encargó nuevamente aquella orden de su administración, siendo visita del pueblo de Donsol. En 1794, y á virtud de órdenes superiores, volvió al clero secular. Quipia, con sus barrios, tiene 2.386 almas, de las que tributan 1.136.

Antes de pasar más adelante, debe saber el lector que desde tiempo inmemorial, existe entre los mareantes de la calle Alta y los de la del Mar, barrios diametralmente opuestos de Santander, una antipatía inextinguible. Cada barrio forma cabildo aparte, y no han querido para los dos un mismo patrono.

Pero la voz pasa, y la hermosura con ella, y con la hermosura los galanes ricos; entonces empezó a bajar de nuevo la escalera hasta el último piso, hasta el piso bajo; luego mudó de barrios hasta el hospital; la vejez, por fin vino a sorprenderla entre las privaciones y las enfermedades; el hambre le puso el gancho en la mano, y el cesto fue la barquilla de su naufragio.

En otros momentos de apuro, Isidro, por no molestar con tanta frecuencia al señor Manolo, se acordaba de su tío el Ingeniero, buscándolo en el café de San Millán. Le veía rodeado de ciertos amigos tan viejos como él, alegres camaradas que formaban el catálogo de cuantas muchachas bonitas existen en los barrios bajos. El Ingeniero no acogió mal la primera petición de su sobrino.

Malo era el fanatismo, pero el capital era peor. No había en los barrios bajos un elemento de activa propaganda contra las sotanas. El Magistral era allí más despreciado que aborrecido.

Es curioso tambien, en el trayecto, el pueblo de Villacañas, correspondiente al país de Don Quijote. Esta singular arquitectura de la miseria no es rara en España, y en ninguna parte interesa tanto como en uno de los barrios de Granada. A su tiempo descubriré ese curioso pormenor. La travesía de la Nueva Castilla continuaba la serie de contrastes que yo iba observando.

Sólo exceptuaba de este chaparrón al bueno de D. José, para quien destinaba in mente la plaza de tenedor de libros en cierta casa. Don José, como siempre, la acompañó aquella tarde. Serían las tres y media cuando pasaron por la Puerta del Sol. A medida que se acercaba Isidora a los barrios próximos a San Pedro iba sintiendo turbación tan grande, que creyó le faltarían las fuerzas para llegar allá.