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Actualizado: 11 de junio de 2025


Volvieron finalmente á la luz, una luz esplendorosa que entraba por tres puertas abiertas sobre una terraza vecina al barranco. Era el hall de la «villa», adornado con telas y divanes indostánicos. El príncipe reconoció que Spadoni no estaba mal instalado en «su tumba». Un gran piano de cola era el único mueble que se mantenía limpio en esta pieza invadida por el polvo.

Había también una iglesia metodista cerca de un barranco; un poco más allá, en la falda de la montaña, una reducida escuela, y, además, un camposanto.

En este barranco, en el cual penetramos con alegría para contemplar en un pequeño espacio el cuadro de la naturaleza libre y para huir del aburrimiento de los campos cultivados con bárbara monotonía, una multitud de animalejos de varias especies, refractarios como nosotros al exterior, penetran también buscando un refugio contra el hombre, inflexible perseguidor; desgraciadamente, el tenaz cazador los persigue hasta este retiro, á pesar de las zarzas y las raíces.

Luego, Divès, volviéndose hacia la tropa de reserva, compuesta de cincuenta rudos montañeses, y señalando la meseta con el sable, les dijo: ¿Veis aquello, muchachos? Nuestro tiene que ser. Los de Dagsburgo no podrán decir que tienen más valor que los del Sarre. ¡Adelante! Y la tropa, enardecida, se puso en marcha, flanqueando el barranco. Hullin, muy pálido, gritó: ¡A la bayoneta!

Saliendo del lugar hacia el N. se suben y bajan tres colinas pequeñas, y después se llega a una que llaman Cavarrubia, por una especie de tierra roja, que las aguas del barranco han descubierto.

Para que no les viera la gente mayor del barrio ni los del Orden Público, se corrieron al barranco de Embajadores, lugar oculto y lúgubre. Ninguna orden se dio entre ellos para este hábil movimiento, nacido, como la batalla misma, de un superior instinto. El Majito y los suyos ocupaban la altura, Zarapicos y su mesnada el llano.

Estaban ebrios, y los más intrépidos se reían de los pucheros de los desanimados... De improviso hubo entre los combatientes de uno y otro ejército un movimiento de sorpresa. Oyose una voz, dos, veinte, que dijeron «¡Pecado!», y cien ojos se volvieron hacia el barranco.

Y es que, en efecto, dentro de este pequeño barranco, de algunos metros de ancho, la vegetación es muy variada; una multitud de plantas de origen y altitud diversos se encuentra aquí reunida, mientras que en los campos vecinos la uniformidad del terreno cultivado deja germinar apenas, además de la simiente arrojada por el campesino, hasta cuatro ó cinco «malas hierbas», trivial adorno de los campos arados.

Pero siempre que le encontrábamos nos saludaba optimista y sonriente, con un gesto de clásico caballero español. Vaya usted a mi casa cuando guste. Vivo en un hotelito en el campo. ¡Hay allí una gran paz que invita a escribir! Y el mísero vivía en una choza solitaria, perdida en un barranco de las afueras de Madrid.

Hay una mala escalinata hecha con troncos de árboles para facilitar la ascensión á dicho pueblo; y del tercio bajo de este barranco dirige sus aguas al mar, bañando los primeros escalones de aquella rara maroma, un manantial con buen agua aunque algo escasa. En él y dentro del río á muy corta distancia de la barra, puede hacerse aguada.

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