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Actualizado: 11 de octubre de 2025
¿Ha caído enfermo alguno de la familia? preguntó Stein asustado. No respondió Momo ; es Usía que le dicen su Esencia, que estaba cazando en el coto jabalíes y venados, con sus amigos, y, al saltar un barranco, resbaló el caballo y los dos cayeron en él. El caballo reventó y la Esencia se ha quebrado cuantos huesos tiene su cuerpo.
Como el gigante, colocado en medio del camino, era á modo de un dique que contenía el curso de la gente, le hicieron alejarse un poco de la ciudad, hasta llegar á una fortaleza antigua situada al borde de un barranco, la cual había servido para la defensa de esta ruta en tiempo de los emperadores.
La arena del barranco brillaba á los rayos de la luna y veía con agrado que me brindaba una cama más blanda y menos húmeda que las hierbas del bosque; además estaba seguro de no encontrar ninguna serpiente enroscada en la maleza, y contra todo otro animal, tenía la ventaja de encontrarme en un espacio libre desde donde podía, al menor aviso, distinguir á mi enemigo.
Después vio un entierro; luego encontró a dos chicas del barrio que le dieron un cacahuet, y él..., él las había administrado un par de nalgadas a cada una, porque eran muy bonitas... Representábase luego la llegada a su casa; recordaba que su tía, antes de darle de comer, le había anunciado el hurto del ros, y que él, sin poderse contener al oír tan atroz noticia, abandonó la comida, y subiendo otra vez a la Ronda, se lanzó por el barranco abajo en busca de la cuadrilla.
No era posible, pensaba ella, que el sereno le hubiera dicho la verdad. ¿Estaba aquel sitio habitado por seres de este mundo? De noche, y en aquella lobreguez, parecía la profundidad de un barranco, de esos que escogen para sus conventículos los duendes y las brujas.
Cuatro son los grandes arcos que ponen el mirador en relación directa con el rico ambiente y esplendorosa vegetación de aquel amenísimo barranco.
Sobre el borde del barranco se inclinan las siete encinas que forman la fachada del bosque, cuyos troncos fuertes y robustos las denuncian por las más viejas; sus ramajes, los más espesos, carecen de aquellas saetas negras, preferidas por los tordos, que sirven de atalaya a los pájaros y atestiguan la senectud de los árboles; extienden sus ramas acodilladas en la pendiente de la cañada, y sus raíces, casi a flor de tierra, hinchan el césped y el musgo que las cubre.
A cada vuelta del tortuoso barranco, la inclinación y la forma del lecho cambian bruscamente: los saltos y los hoyos se suceden contrastando de un modo extraño. Encima de un grupo de arbustos enlazados por zarzas que el agua invade sólo en las mayores crecidas, se extiende un pequeño prado de algunos metros de ancho y frecuentemente bañado por las inundaciones de un momento.
Uno pedía que se hablara del barranco de la calle de Atrás, otro pedía que se colocase un farol cerca de su casa, otro que se le tirasen algunas pildoras al rematante de las bebidas, otro que los serenos no cantasen la hora porque esto le turbaba el sueño, etc. Don Rosendo asentía, fruncía las cejas, extendía la mano abierta en signo de protección.
Un arroyo, nacido al pie de un promontorio, cuyo grano es de poca cohesión, corre por el barranco sobre un lecho de arena finísima abrillantado por la mica; parece verse brillar el oro y la plata á través de las rizadas aguas. Más de un patán llegado de la llanura se ha equivocado y se ha precipitado sobre los tesoros que se lleva descuidadamente el burlón arroyuelo.
Palabra del Dia
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