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Actualizado: 27 de junio de 2025


Además, sueño, sueño demasiado, y cosas por el estilo: Ibamos del brazo por un salón, ella toda de blanco, y yo como un bulto negro a su lado. No había más que personas de edad en el salón, y todas sentadas, mirándonos pasar. Era, sin embargo, un salón de baile. Y decían de nosotros: La meningitis y Su Sombra.

» No está mejor, pero ahora duerme contestó con aire distraído, casi sin mirarme. La señora Braun está haciéndole compañía; yo voy a preparar el medicamento. »Desde la noche del baile, el doctor ha convertido su habitación en farmacia, y todas las medicinas las prepara él por mismo.

Por supuesto que Luz no decía nada de esto a sus amigas, ¡quién se lo mandara!, pero lo iba pensando y hasta lo creía. ¿Y qué mal había en ello? Aquella noche había baile en el gran salón que uno de los hoteles tenía destinado a esa clase de fiestas.

Antes del baile podían hacer una nueva partida en el salón de música: los esposos Lowe estaban dispuestos... Y ella movió la cabeza con expresión de cansancio. No sabía qué decir... Tal vez más tarde se decidiese a aceptar... Estaba fatigada. Fernando miró con odio a su compañero de mesa.

Aquí no estaban en tierra, y la vida de a bordo permite mayores libertades. Hasta el abate de las conferencias andaba por las cercanías del baile, asomando su cara barbuda. «El mar... es el mar, MonseñorPersistió en Fernando la misma sensación de desconcierto y de miedo al tropezarse con los paseantes, cual si éstos pudiesen adivinar lo que había ocurrido abajo.

Venía hecha la caricatura de una gran señora, con traje de baile muy escotado y guantes hasta el codo, uno de ellos sin abotonar. Vamos, don Quintín, hágame usted el favor de echarme estos botoncitos dijo al estanquero, presentándole la mano y acercándosele mucho.

Los movimientos reprimidos, voluptuosos del tango ofrecían ahora un carácter lúgubre; parecía el baile de la viuda india en torno de la hoguera donde va á ser sepultada. Los tertulios se callaban; estaban inquietos y tristes y sacudían la cabeza deplorando la escena. Al cabo dos lágrimas se desprendieron de los hermosos ojos de la bailadora y resbalaron lentamente por sus mejillas.

Por fin, Margarita, con ese tacto que sólo las mujeres tienen, resolvió las dificultades proponiendo que se diera un baile para celebrar lo de la senaduría, enviándose a Félix, como de costumbre, su correspondiente invitación; lo cual, después de lo ocurrido, venía a ser como una satisfacción, que sin desdoro del ofensor podía desagraviar al ofendido.

Cada vez que don Quintín, enviado por ella, iba al portal de la casa en que vivía le daban la misma respuesta: «No sabemos nada; se plantará aquí sin avisar, como siempre; luego come unos días de fonda hasta que puede venir Mónica, su cocineraDe cuando en cuando Cristeta leía en los periódicos las revistas de salones por ver si el nombre de Juan figuraba en la relación de algún baile; y si entraba en el estanco persona de quien ella supiese que le conocía, preguntaba con timidez mezclada de astucia.

Más de docientas personas estaban mirando el baile y escuchando el canto de las gitanas, y en la fuga dél acertó a pasar por allí uno de los tinientes de la villa, y viendo tanta gente junta, preguntó qué era, y fuéle respondido que estaban escuchando a la Gitanilla hermosa, que cantaba.

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