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Y luego, agachándose a mis pies, me contó en un flujo de palabras roncas su aflicción: mientras yo dormía se esparció por la ciudad el rumor de que un extranjero, el «Diablo extranjero» había llegado con bagajes cargados de tesoros... Ya, desde el comienzo de la noche, él había entrevisto rostros ansiosos, de ojos voraces, rondando la barraca, como chacales impacientes... Y ordenó a los koolíes que atrincherasen la puerta con los carros de los bagajes, formados en semicírculo a la manera tártara.

El siguiente dia con todo el campo pasó el estrecho, no sin gran fatiga, porque el camino era áspero, los bagajes muchos; y los niños, mujeres y enfermos. Los Griegos, aunque advertidos del camino que llevaban los Catalanes, no pudieron, ó no osaron atreverse á impedilles el paso.

Y nuestras detenciones en todas las fondas, la inalterable sonrisa de los camareros, aquellas redondas caras tudescas ensanchadas, con la servilleta debajo de la barba, ante enormes tajadas de carne en salsa, y el parque real de Stuttgart por el que circulan multitud de carretelas, de galas, de cabalgatas, la música tocando valses y cancanes alrededor de las fuentes, mientras se combatía en Kissingen; cierto que, al acordarme de todo esto y pensar en lo que he visto cuatro años después en ese mismo mes de agosto, esas locomotoras frenéticas corriendo sin saber a dónde, como si la insolación hubiese enloquecido sus calderas, los vagones detenidos en pleno campo de batalla, los carriles cortados, los trenes pasando apuros, Francia mermada de día en día según se hacía más corta la línea férrea del Este, y en todo el trayecto de las abandonadas vías, el hacinamiento siniestro de esas estaciones, solitarias en un país perdido, llenas de heridos olvidados allá como bagajes... creo que aquella guerra de 1866 entre Prusia y los Estados del Sur no era más que una guerra ficticia, y que, a pesar de cuanto nos hayan podido decir, lobo a lobo no se muerde, si estos lobos son germanos.

El cómico indio, cuando viaja por su cuenta, es muy sobrio en comidas, bebidas y bagajes, pero cuando viaja á cuenta de un pintacasi pide billete de cámara, caballo que tenga imbay, merienda, paraguas por si llueve, y sombrilla por si hace sol. Come como un sabañón, y bebe como una cuba.

La aventura única en su vida de hombre de partido, fue que cierto día, un personaje político célebre, exaltado entonces y que con armas y bagajes se pasó a los conservadores después, entrase en su tienda a pedirle el voto para diputado a Cortes. Desde aquel supremo momento quedó mi señor Joaquín rotulado, definido y con marca; era progresista de los del señor don Fulano.

He procurado contar y contar ligeramente; pienso que un libro de viajes debe marchar con paso igual y suelto, sin bagajes pesados, con buen humor para contrarrestar las inevitables molestias de la travesía, con cultura, porque se trata de hablar de aquéllos que nos dieron hospitalidad, y, sobre todo, sin más luz fija, sin más guía que la verdad.

Cuando llegaron a la cumbre, divisaron claramente la posición del enemigo, situada a tres leguas de allí, entre Urmatt y Lutzelhouse; se veían grandes líneas negras sobre la nieve; más lejos, algunas masas obscuras, que serían sin duda la artillería y los bagajes; otras masas rodeaban las aldeas, y, a pesar de la distancia, el centelleo de las bayonetas indicaba que una columna acababa de ponerse en camino, en dirección de Wisch.

Cuando mejor os parezca: esta misma noche si queréis, respondió el joven capitán, recobrando su habitual sonrisa, disipada un instante por aquel relámpago de celos. Á propósito. Con los bagajes he traído hasta un par de docenas de botellas de Champagne, verdadero Champagne, restos de un regalo hecho á nuestro general de brigada, que, como sabéis, es algo pariente.

Barbacana, con la superioridad de su inteligencia, y aun de su instrucción, comprendía dos cosas: primera, que se había arrimado a pared más sólida, a gente que no desampara a sus amigos; segunda, que cuando se le antojase pasarse con armas y bagajes al campo opuesto, conseguiría siempre hundir a Trampeta. Ya había tirado sus líneas para el caso próximo de la elección de diputados.

Nada había en él que descubriese su origen napolitano, y se hubiera dicho que sus antepasados le habían legado, con armas y bagajes, la vieja virtud de la España heroica. Era un joven serio, rígido, frío, algo engreído, con un corazón de fuego y un alma apasionada. Hablaba poco, siempre después de larga reflexión, y nunca había mentido.