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¡Viva la Virgen! gritaban con el enardecimiento de una lucha en la que habían llevado la mejor parte. ¡A Begoña! ¡A Begoña! aullaba Urquiola agitando el revólver al frente de un grupo. Y las aclamaciones á la Virgen, interrumpíanlas con frecuentes descargas. Sin cesar en sus cánticos, hacían fuego sobre todos los que al borde de la cuesta contestaban á sus aclamaciones con gritos de protesta.

Cegado por el humo y contando los minutos como siglos, abrió Batiste la puerta, y por ella salió enloquecida de terror toda la familia en paños menores, corriendo hasta el camino. Allí, un poco más serenos, se contaron. Todos: estaban todos, hasta el pobre perro, que aullaba melancólicamente mirando la barraca incendiada.

Hablaba de dar una paliza á «la romántica» y otra á la china, por no enterarse de las cosas. Había sorprendido á su hija agarrada de las manos con el gringo en un bosquecillo cercano y cambiando un beso. ¡Viene por mis pesos! aullaba . Quiere hacer la América pronto á costa del gallego, y para esto, tanta humildad y tanto canto y tanta nobleza. ¡Embustero!... ¡Músico!

Le creían en la enfermería, aceptando los piadosos embustes de don Carmelo. «¡Pachín!», aullaba la viuda. Una preocupación única volvía continuamente como tema obligado de sus lamentaciones. «¡Lo han echado al mar!... ¡No lo veré más!» Y los pequeños la hacían coro, como una cría de perritos abandonados. «¡Padre!... ¡padre!» ¡Qué sería de ellos!...

Pepeta se impacientaba. «¡Adentro, adentro!» Y ayudada por otras mujeres, Teresa y su hija fueron metidas casi á viva fuerza en el estudi, revolviéndose desgreñadas, rojos los ojos por el llanto, el pecho palpitante á impulsos de una protesta dolorosa, que ya no gemía, sino aullaba.

¡Adiós, Pascualet!... ¡adiós! gritaban los pequeños sorbiéndose las lágrimas. ¡Auuu! ¡auuu! aullaba el perro, tendiendo el hocico con un quejido interminable que crispaba los nervios y parecía agitar la vega bajo un escalofrío fúnebre.

No podía ser de otra manera, pero yo esperaba que estuviese llena de gentes, de amigos que vendrían a mi encuentro para decirme: «No temas: ¡todo ha sido un sueño!...» Y no había nadie, ¡nadie! Aullaba un perro en una callejuela.

Fuera, el viejo perro saltaba, aullaba, sacudía la cadena; dentro se oía la llama chisporrotear: tan profundo era el silencio; pero, en seguida, Catalina Lefèvre, con voz desgarradora, exclamó: ¡Gaspar!... ¡Hijo mío!... ¿Eres ? ¡, madre! respondió el soldado en voz baja y como si le ahogara la emoción.

Caragòl, que estaba en la puerta de sus dominios, se llevó las manos al sombrero. Al disolverse la nube amarilla y maloliente, le vieron todos de pie, rascándose la cúspide de la cabeza, descubierta y roja. ¡No es nada! dijo . Un pedazo de madera que me ha hecho una sangría. ¡Fuego!... ¡fuego! Aullaba, enardecido por los cañonazos.

Un «bona, nit!» o una petición de lumbre para el cigarro podían recibir como contestación un pistoletazo. Algunas veces no pasaba nadie ante la alquería, y sin embargo, el perro, avanzando el pescuezo, aullaba frente al vacío negro. A lo lejos parecían contestarle aullidos humanos.