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Cierto; él solo atropella la masa de infantería; voltéanle el caballo, se endereza, vuelve a cargar su amo; mata, hiere, acuchilla todo lo que está a su alcance, hasta que caen caballo y caballero traspasados de balas y bayonetazos, con lo cual la victoria se decide por la infantería.

En la veloz carrera apresuradas Las horas del ligero tiempo veo Contra con el cielo conjuradas. Queda atras la esperanza y no el deseo, Y ansi la vida de la muerte della El mal, el daño augmentan que poseo. Ay dura, iniqua, inexorable estrella! Como por los cabellos me has traido Al terrible dolor que me atropella!

Pasó el sobresalto, volvieron los espíritus de los retraídos a su lugar, y el jadraque, cobrando aliento nuevo, volviendo a pensar en la profecía de su abuelo, casi como lleno de celestial espíritu, dijo: ¡Ea, mancebo generoso; ea, rey invencible; atropella, rompe, desbarata todo género de inconvenientes, y déjanos a España tersa, limpia y desembarazada desta mi malla casta, que tanto la asombra y menoscaba! ¡Ea, consejero tan prudente como ilustre, nuevo Atlante del peso de esta monarquía, ayuda y facilita con tus consejos a esta necesaria transmigración; llénense estos mares de tus galeras, cargadas del inútil peso de la generación agarena; vayan arrojadas a las contrarias riberas las zarzas, las malezas y las otras yerbas que estorban el crecimiento de la fertilidad y abundancia cristiana!

Pensais que solo atierra la muralla El ariete de ferrada punta, Y que solo atropella la batalla La multitud de gente y armas junta? Si el esfuerzo y cordura no se halla Que todo lo previene y lo barrunta, Poco aprovechan muchos esquadrones, Y menos infinitas municiones.

Este tal sobrino es un muchacho que ha recibido una educación de las más escogidas que en este nuestro siglo se suelen dar; es decir esto, que sabe leer aunque no en todos los libros, y escribir, si bien no cosas dignas de ser leídas; contar no es cosa mayor, porque descuida el cuento de sus cuentas en sus acreedores, que mejor que él se las saben llevar; baila como discípulo de Veluci; canta lo que basta para hacerse rogar y no estar nunca en voz; monta a caballo como un centauro y da gozo ver con qué soltura y desembarazo atropella por esas calles de Madrid a sus amigos y conocidos; de ciencias y artes ignora lo suficiente para poder hablar de todo con maestría.

Hasta entonces paré mientes en que el pobre, el que vive de un sueldo mezquino, está a merced de quienes le pagan. ¿Qué hará si le echan a la calle? ¿Qué hará, si, lastimado en su honradez y en su dignidad, protesta de su inocencia, y toma el sombrero, y se va? «¡No hará tal! dice el amo. ¿Qué come mañana? Tiene hijos, esposa...» Y fiado en esto le ultraja y atropella sin piedad.

Arcachón es asimismo muy apacible en medio de sus pinadas resinosas cuyos perfumes vivifican. Sin la mundana invasión de la populosa y rica Burdeos, sin la muchedumbre que afluye y se atropella en ciertas épocas, mucho nos agradaría ocultar allí nuestros adorados enfermos, los tiernos y delicados objetos para quienes tememos el bullicio mundanal.