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Actualizado: 2 de julio de 2025


Amado por su madre y odiado por su padre, nunca se había atrevido á visitar á la primera sino en secreto; más tarde, ya mancebo, y para olvidar sus desdichas domésticas, se entregó á todo linaje de excesos, sedujo á una doncella y mató á su hermano, viéndose obligado á huir para escapar á la pena de sus delitos.

A lo que, con gran flema y disimulación, respondió Sancho: -Si son requesones, démelos vuesa merced, que yo me los comeré... Pero cómalos el diablo, que debió de ser el que ahí los puso. ¿Yo había de tener atrevimiento de ensuciar el yelmo de vuesa merced? ¡Hallado le habéis el atrevido!

Quiso interesar á las dos extranjeras con un homenaje teatral. Sintió esa necesidad de llamar la atención con algo gallardo y atrevido que agita á todo español lejos de su patria. Con una agilidad de trepador de arboladuras, salvó de un salto la tapia del jardín. Las dos señoras dieron un grito de sorpresa, como si presenciasen algo inaudito.

Y lo despótico de la afición se le conocía en que, bruscamente, y como si no hubiera estado perturbando con vislumbres de amor sus almas nuevas, cesó de decir gallardías, a afectar desdenes a aquellas que más de cerca le tuvieron desde su llegada de París, ya porque de público se las señalase como las conquistas más apetecidas, ya porque lo picante de su trato le diese fácil ocasión para aquellas conversaciones salpimentadas que son muy de uso entre aquellos de nuestros caballeros jóvenes que han visto tierras, y suplen con lo atrevido del discurso la escasez de la gracia y el intelecto.

Ni aun Tarlein mismo había descubierto toda la verdad, porque no se había atrevido a elevar sus miradas hasta la princesa Flavia y leer en sus ojos, como lo había hecho yo. Quedó por fin acordado nuestro plan en todos sus detalles, los mismos que se verán más adelante.

-La verdad sea -respondió Sancho- que yo no he leído ninguna historia jamás, porque ni leer ni escrebir; mas lo que osaré apostar es que más atrevido amo que vuestra merced yo no le he servido en todos los días de mi vida, y quiera Dios que estos atrevimientos no se paguen donde tengo dicho.

El que se haya atrevido á levantar sus miradas hasta su majestad, ó es muy loco ó tiene formando de la dignidad y de la virtud de la mujer, una idea muy desfavorable; su majestad no podría apercibirse de los deseos de un insensato tal, porque no los comprende, porque mira desde muy alto; sería necesario que, olvidado de todo, el que amara á la reina, se atreviese á declararlo, para que su majestad lo comprendiera, y aun así creería que estaba soñando: solamente el cocinero del rey podía concebir tal sospecha... y vos... por vuestro exagerado celo por la dignidad de la reina.

Pues éste es el delincuente, Y yo el juez, que de rodillas Vuestro seguro os acuerdo. El Rey estrecha entre sus brazos al atrevido y noble magistrado, y manda que, para recuerdo perpetuo de este suceso, permanezca la estatua en su lugar, y que Juan Pascual desempeñe mientras viva el cargo de asistente de Sevilla.

Con esta mujer empieza la historia del Teatro francés en el siglo XIX... Es Octavio Mirbeau, antes que nada, un gran descontento, un atrevido removedor de ideas, un «profesor de energías», que diría Barrés, y también un filántropo.

Y aun el mismo Mustafá, mírele usted echado entre nosotros y mirándole de hito en hito. A pesar de que es ya viejo no se ha olvidado de usted; no es usted para él una persona desconocida... ¿Ha ido a verle a usted el padre Ambrosio? No por cierto, y me hubiera alegrado mucho de verle. No se habrá atrevido... es tan tímido.

Palabra del Dia

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