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Otras atribuían su palidez y sus ojos eternamente asombrados á la morfina, al opio, á todos los líquidos y perfumes del estupor, creadores de «paraísos artificiales». La pequeña Alicia de otros tiempos apuraba su vida á grandes tragos, hasta el fondo de la copa. Lubimoff creyó no verla más, pero á los pocos días empezó á recibir cartas de ella.

Dictó el gitano la filiación del bandido; cobró desde luego la suma ofrecida, y salió de la Capitanía general, dejando asombrados al Conde del Montijo y al sujeto, allí presente, que nos ha contado todos estos pormenores. Réstanos ahora saber si acertó ó no acertó Heredia al decir la buenaventura á Parrón.

Anímese, amigo, mire que el negocio es soberbio; yo le respondo del éxito. El éxito, es cierto, se presentó muchas veces, franco, decidido; tan decidido, que los mismos que teníamos metidas las manos en la masa, estábamos asombrados, atónitos... ¡así ha sido el desengaño después!

Había cenado en la taberna, asilo de los días felices, los platos más suculentos, dándose, además, el gusto de pagar el matinal chocolate a los compañeros de redacción, asombrados de tanta riqueza. El buen amigo del fielato, que todas las madrugadas le ofrecía un cigarro y una parte de su café, atrajo igualmente su generosidad.

Los capataces recién llegados de Europa parecían asombrados. ¿Y aún dicen que los indios son perezosos?... Pero al cobrar el jornal de la semana desaparecían, y sus protectores y admiradores los esperaban en vano todo el lunes siguiente. Sólo cuando quedaba consumido el último centavo en las tabernas donde hay acordeón y baile, pensaban en reanudar el maldecido trabajo.

¡Cómo! ¿V. no sabe jugar al bridge? exclamó la dueña de la casa, mirándome de pies a cabeza con su impertinente... Y luego añadió, ante sus invitados: ¡Este señor no sabe jugar al bridge! Su exclamación, dicha del modo más despreciativo, produjo consternación y casi espanto. Todos me rodearon, mirándome asombrados, como a un animal extraño o un criminal terrible.

Estos se mantenían en neutralidad absoluta, asombrados de que, hombres acaudalados como Belinchón, Miranda y otros, se apurasen tanto por cosas que no atañían a sus negocios particulares.

Mi madre le decía: «¡Ah!, mejor te valdría haber aprendido un oficio que no vivir colgado a los faldones de los ministros, hoy me caigo, hoy me levanto...». ¡Pero quia!; él sabía de oficina más que la Gaceta, y cuando hablaba de las rentas, del presupuesto y de esas cosas de gobernar, todos los que le oían estaban asombrados. Su padre, mi abuelito, había sido también de oficina.

En tan crítica situación me hallaba con el manuscrito en las manos, la boca abierta, los ojos asombrados, indeciso el magín y agitado el pecho, cuando vino á sacarme de mi estupor y á cortar el hilo de mis dudas la voz del cuarto de los personajes que el jurado componían.

Cuando llegamos arriba y entramos, no sin trabajo, en la tribuna, la pobre muchacha mostraba en sus asombrados ojos y en el encendido color de sus mejillas, la viva emoción que espectáculo tan nuevo para ella le produjera. Al abarcar con la vista la iglesia-salón, observé la tribuna de señoras, la de diplomáticos, y no vi a las dos muchachas ni a lord Gray.