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Actualizado: 28 de julio de 2025
Sabiendo tan triste maldad, quedamos asombrados, y nuestro capitan encomendó á Antonio de Mendoza el fuerte de Corpus Christi, dejándole 120 hombres y bastimento, con órden de guardarse de los indios, estando siempre sobre aviso con buenas centinelas: y que si los indios viniesen de paz, los tratase con mucho amor, haciéndoles cuantos agasajos fuese posible, y evitando todos los daños que intentasen hacerles, y á los cristianos, y mirando por sí con la mayor diligencia.
Pero sus ojos, unos ojos de estudio, con la pupila mate, grandes, asombrados y miopes, se refugiaban detrás de unas gafas de gruesos cristales, dándole un aspecto de hombre pacífico.
Algunos salones estaban vedados, á causa del desórden ostensible; pero en los que estaban á la disposicion de los lectores hallé tal mezcolanza de literatura y teología, ciencias y necedades, latin é inglés y todos los idiomas, que si los autores de los libros pudieran resucitar y asomar la nariz en los respectivos estantes, se hallarían muy asombrados de la compañía y mistificados por los anacronismos.
Asombrados contemplaban nuestros viajeros el inesperado espectáculo, cuando el azotador entregó libro y disciplinas á su compañero y descubrió sus propias espaldas, de las que muy pronto empezó á correr la sangre, á los zurriagazos furibundos que le daba su verdugo. Cosa extraña y nueva aquella para Roger y Tristán, mas no para el arquero.
El brillo del pectoral de diamantes y de los cristales de sus gafas daba mayor realce y un poder mágico a su palabra sonora, dulce, persuasiva. Cantose después el Te Deum. Los tiples y los bajos de la catedral de Lancia hicieron prodigiosos gorgoritos, que dejaron asombrados a los buenos peñascos.
Y ahora, padrino continuó la niña torciendo su cabecita y mirando de frente al pastor , ya ve usted lo bueno que es tener ahijados. Apenas acababa la niña de referir su ejemplo, cuando se oyó un gran estrépito: el perro se levantó, aguzó las orejas, apercibido a la defensa; el gato, erizado el pelo, asombrados los ojos, se aprestó a la fuga, pero bien pronto al susto sucedieron alegres risas.
¡Paciencia! dijo el señor de Butrón. Pero ¿quién es ese individuo que ahí traéis? Un prisionero que acabo de hacer en la tienda real y que á juzgar por su ropaje y el escudo con las armas de Castilla bordado sobre el pecho espero sea el mismísimo rey Don Enrique. ¡El rey! exclamaron asombrados sus oyentes, rodeando al desconocido.
Entonces Lázaro forzaba el trote de su cabalgadura, y llegando a la plaza del lugar, lo atravesaba rápidamente, sin reparar en las mujeres puercas y los chicuelos harapientos que le miraban, curiosos y asombrados, desde las ventanas y los umbrales de las puertas.
Sí: debo cuidarme, debo vivir repitió Paula en el tono de estupefacción que emplea el que oye por vez primera la solución concisa de un problema en que ha estado trabajando infructuosamente toda la vida. ¡Debo vivir! En aquel momento sus ojos miraban en derredor, asombrados, asustados, con melancolía y vaguedad, como el que no ha visto nunca un horizonte y lo ve por primera vez.
¿Es verdad que a usted... que a usted...? El director buscaba palabras. ...¿Que a usted le gustan las negras? ¡Sí, excelentísimo señor! El director miró con ojos asombrados a Kotelnikov, y preguntó: Pero vamos... ¿por qué le gustan a usted? ¡Ni yo mismo lo sé, excelentísimo señor! Kotelnikov sintió de pronto que el valor le abandonaba. ¿Cómo? ¿No lo sabe usted? ¿Quién va a saberlo, pues?
Palabra del Dia
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