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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Hay un curioso raciocinio, que yo me hago, y por donde me explico, sin lastimar mi amor propio, el descuido paterno en este asunto importante. Mi padre, aunque sin fundamento, se va considerando ya como marido de Pepita, y empieza a participar de aquella ceguedad funesta que Asmodeo u otro demonio más torpe infunde a los maridos.
El enano don Joselito le divertía mucho, y a él acudía con dudas misteriosas que el malvado pigmeo se apresuraba a resolver, poniéndole de manifiesto secretos tan curiosos como los que descubría a su discípulo el Diablo Cojuelo, el impuro y asqueroso Asmodeo... El niño iba atando cabos.
Sí; mírala; es una excelente conocedora de la música de Rossini. ¿Oíste qué bien cantó aquel adagio? Pues es la viuda de Nino, ya expira; a imitación del cisne, canta y muere. Al llegar aquí estábamos ya en el baile de máscaras; sentí un golpe ligero en una de mis mejillas. ¡Asmodeo! grité. Profunda obscuridad; silencio de nuevo en torno mío.
El uno es Leviatán, o el espíritu de la soberbia; el otro Mamón, o el espíritu de la avaricia; el otro Asmodeo, o el espíritu de los amores impuros. Pues de los tres soy víctima: los tres me dominan. ¡Qué horror!... Repito que te calmes. De lo que tú eres víctima es de un delirio. ¡Pluguiese a Dios que así fuera! Es por mi culpa lo contrario.
El ferrocarril, nivelando el terreno y acortando inmensamente las distancias y el tiempo, ha suprimido la peregrinación y el viajero es una especie de Asmodeo que no alcanza á contemplar lo que se le presenta al lado del rápido vagon.
El aliento me faltó, flaquearon mis rodillas; pero el fantasma despidió de sí un pequeño resplandor, semejante al que produce un fumador en una escalera tenebrosa aspirando el humo de su cigarro, y a su escasa luz reconocí brevemente a Asmodeo, héroe del Diablo Cojuelo.
Don Gonzalo miró a Juanita con cara de compasivo menosprecio; Juanita, en ademán de profetisa triunfante, miró a su hermano Manrique; y Manrique, que estaba mirando al suelo, según costumbre, y columpiando una pierna cruzada sobre la otra, bajó un poquito más la cabeza y corrió la mirada dos rendijas hacia el sillón... Enseguida leyó Juanita en alta voz una revista de Asmodeo, como para desinfectar la casa y endulzar los paladares; y no volvió a mencionarse allí el nombre de los Bermúdez, cuanto más el inaudito suceso que en aquellos instantes corría de boca en boca por toda Villavieja.
Apenas quedó en la coronada villa hombre ni mujer, iniciados en la historia anecdótica de los salones, en aquella historia que Asmodeo y sus imitadores no pueden ni deben revelar por impreso, si bien tiene mil cronistas orales y clandestinos, que no diese ya por cierto, firme y apretado, el lazo que unía el corazón de Beatriz y el de Ricardo, que así llamaban al Conde de Alhedín sus íntimos o los que por tales querían pasar para darse tono.
Todo lo que pudiesen hacer Serafina y otras del lugar era una chapucería cursi si se comparaba con las confecciones de nuestra heroína, que estaba al corriente de las últimas modas de París, que recibía los figurines y que, ajustándose a ellos, sin encadenar servilmente su fantasía a una imitación minuciosa, ideaba, trazaba, cortaba y hacía trajes para las mujeres, dignos de figurar en los salones de la corte y de ser descritos por Montecristo o por Asmodeo, y para los niños y niñas no inferiores por su gracia y por su chic a aquellos con que la prole de un milord opulento o de un banquero inglés se engalana.
Los dos tremendos rufianes, Asmodeo y Belcebú, le habían cogido cada uno por una pierna, tiraban de él y le arrastraban al fondo de los mares. Entonces Morsamor perdió el conocimiento y el sentido. Reconciliación suprema Después de las portentosas aventuras que acabamos de referir y del trágico fin que tuvieron, bien podemos asegurar que no murió Morsamor.
Palabra del Dia
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