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Actualizado: 17 de julio de 2025


No tendremos necesidad de los arrabales, dijo: con la gente de Cabesang Tales, los excarabineros y un regimiento tenemos bastante. Más tarde, ¡acaso María Clara ya esté muerta! ¡Parta usted en seguida! El hombre desapareció. Plácido había asistido á esta corta entrevista y había oido todo; cuando creyó comprender algo se le erizaron los cabellos y miró á Simoun con ojos espantados.

Toledo tuvo que contarles su vida guerrera como él se la imaginaba, á través de los años , y los dos jóvenes, que habían asistido á combates de millones de hombres, mostraron el mismo interés de los niños que escuchan un cuento exótico ante este relato de obscuros encuentros de montaña, que ni nombre tenían, y sólo perduraban exageradamente en la memoria de don Marcos.

El brasero inquisitorial ardía durante siglos; el cielo azul obscurecíase con nubes de hollín humano; reyes, magnates y populacho habían asistido entre sermones y cánticos á las quemas de hombres con el mismo entusiasmo que provocan hoy las corridas de toros.

La muchacha hubiera expirado en el punto, si la virtud poderosa del collar no la hubiese asistido. El collar resistió en parte la fascinación infernal de aquel demonio; pero como al punto fué arrebatado del blanquísimo cuello, Híala cayó, no muerta, pero desvanecida, en profundo paroxismo, pero conservando en el desmayo su interior conocimiento.

Todo se acabó, cuando abrí los ojos y advertí mi pequeñez, asociada con la magnitud de los desastres a que había asistido. Pero ¡cosa singular!, despierto, sentí también cañonazos; sentí el espantoso rumor de la refriega, y gritos que anunciaban una gran actividad en la tripulación.

Muchos años antes había asistido por un tiempo a un curso de primeros auxilios, y recordé en aquel momento las instrucciones que había recibido entonces y me puse en el acto a trabajar para producir una respiración artificial.

Hablaba de la sociedad en la época de Luis Felipe; de los grandes estrenos del romanticismo, a los que había asistido; de las barricadas que había visto levantar desde su cuarto, callándose que al mismo tiempo abarcaba el talle de una «griseta» asomada junto a él. Su nieto había nacido en buen tiempo: el mejor de todos.

Le tocaba la segunda aquella noche, y aunque él no había asistido a la primera porque desde hacía algún tiempo le interesaban más los donaires y murmuraciones del café que las disquisiciones estéticas, sabía perfectamente que Núñez no dejaría de estar allí y a todo trance quería verle.

Y de nuevo volvió a su charla voluble, incoherente, hablando del adorno de la casa, que era su tema favorito, saltando por intervalos al teatro, a las tertulias que había asistido, a las amigas, para volver de nuevo a la casa, a sus eternos proyectos de reforma, echar abajo el tabique del comedor, levantar en el jardín sobre columnas una serre que comunicase con él, cambiar la decoración del despacho de su marido que era muy vulgar por un mobiliario estilo americano que había visto en la calle de Alcalá.

Jamás había asistido a una de estas fiestas brillantes de la sociedad aristocrática. La realidad no correspondió a su esperanza, como siempre acontece. Toda aquella vana ostentación, el lujo escandaloso desplegado ante su vista, en vez de acariciar su orgullo lo hirió cruelmente. Nunca se sintió tan forastero en aquel mundo que hacía tiempo frecuentaba.

Palabra del Dia

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