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Actualizado: 11 de octubre de 2025


Hoy la Torre de Londres no es una fortaleza, sino apenas un museo de guerra, es decir, el museo de la muerte; ó sea una lápida de la tumba de ocho siglos de violencias, de crímenes y de gloriosas revoluciones tambien. Una las torres se llama la sangrienta: fué en su recinto donde tuvo lugar el horrible asesinato de los hijos de Eduardo IV, en 1488.

Es verdad que un antiguo artesano que había vivido en Londres treinta años antes de los sucesos que narramos, afirmaba haber visto al médico, aunque con un nombre distinto, que no recordaba, en compañía del Doctor Forman, el famoso y viejo mágico implicado en el asunto del asesinato de Sir Tomás Overbury, que ocurrió por aquel entonces y causó lo que hoy se llama gran sensación.

Los resultados de la autopsia no arrojaban luz alguna: el examen de la herida redonda, ennegrecida por el humo del arma, demostraba que el tiro debía haber sido disparado de un distancia de cerca de medio metro, y si esto confirmaba la hipótesis del suicidio, no excluía la del asesinato, que el homicida habría podido tirar de cerca.

Y hasta las últimas palabras de la Condesa, aquella invocación a la muerte liberatriz, aquella incitación tenaz a la rival amenazante eran la natural solución del contraste entre su capacidad de matarse y la necesidad real de morir, que realmente la oprimía. ¿No tenía razón la reo? ¿Aquel asesinato de que la justicia tenía, sin embargo, que pedirle cuentas, no se confundía así con el suicidio libertador?

La hermosa bestia de los tiempos primitivos, satisfecha de que los machos se maten por poseerla... Esto sólo se ve aquí. Y Aresti sonreía con la satisfacción del naturalista que contempla en su gabinete un animal extraordinario. Llegaban de Gallarta nuevos grupos atraídos por la noticia del asesinato. El juez mostraba prisa por ir con la pareja de miñones en busca de los criminales.

Necesario era, para sostener la teoría del asesinato de Florencia d'Arda, que en el Príncipe se hubiera efectuado ese cambio: entonces solamente podía explicarse que él la hubiera muerto, al saber que pertenecía de corazón a Vérod, o que la nihilista la hubiera muerto al saber que Zakunine volvía a amarla.

¡Me hace usted daño! ¡Déjeme! ¡Obedece! ¡No! ¡Obedece! Lea lanzó un grito desesperado y se retorció, con las lágrimas en los ojos. ¡Oh! Me martiriza usted... ¡Cobarde! ¡Obedece, mal bicho, ó te rompo el brazo! Aquel hombre cataba espantoso de furor y el pensamiento de un asesinato aparecía en sus ojos. Lea cayó de rodillas enloquecida.

Me llaman la tumba de los secretos pensaba, adivinando todas las maldiciones que sobre él caerían , pero la justicia tiene derecho a abrir las tumbas. Don Diego dudaba aún; le hizo leer la última carta que había recibido de la señora Chermidy. El conde se estremeció de horror viendo allí una provocación al asesinato con una recompensa de quinientos mil francos.

Luego sospechó que se burlaban de él. ¿Sublevaciones? ¿Asesinato del Presidente?... Unos le miraban con lástima por su ignorancia; otros con recelo, al ver que fingía no conocer unos sucesos que se habían desarrollado junto á él. Su sobrino insistió. Los diarios de Alemania hablan mucho de eso.

Pero ¿por qué veía el joven en la muerte de la Condesa un asesinato y se empeñaba en vengarlo, sino porque había sido rival del Príncipe, es decir, amante de la difunta?

Palabra del Dia

neguéis

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