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Actualizado: 3 de junio de 2025
La única determinación firme que nacía de todo ello era la de despedir a Arturito, que ya le parecía insufrible. Pero Rafaela era la bondad misma y, antes de hacer la herida que consideraba indispensable hacer, preparaba bálsamos para curarla.
Porque eso sí, ella respetaba la casa paterna y jamás allí las tenía, como no fuese con mil sigilosas precauciones y a furto del severo autor de su existencia. Catalina, al acudir a fiesta tan numerosa y estruendosa, daba un paso atrevido e inusitado, y atropellaba un poco su decoro, y, si no su buena, su mediana fama: todo por devoción a Arturito, cuya munificencia la encantaba y seducía.
Sí... hombre del diablo exclamó Rafaela riendo . ¿Qué crimen meditas? ¿Quieres matar a mi excelente D. Joaquín? Guárdeme Dios de semejante pecado contestó Arturito ; pero si él buenamente se muriera.... No pienses ni digas tan abominable desatino. Es horroroso desear la muerte de alguien, y más aún la de una persona que tanto te quiere.
Volvió luego a sentarse lejos de él y con grave autoridad le informó de que andaba buscándole novia y aun le citó los nombres y le habló de las condiciones de tres o cuatro muchachas de la ciudad en quienes ella había puesto ya la mira. Tú eres muy buena, muy buena, decía Arturito; pero es inútil el trabajo que estás tomando. Yo no quiero casarme. Yo sólo me casaría contigo.
El caso, de común acuerdo, se ocultó o se disimuló para con el público. La fiebre amarilla hacía entonces muchas víctimas en Río. En la Tejuca no atacaba nunca aquella enfermedad, pero si alguien la traía a la Tejuca desde Río, la muerte era inevitable y rápida. Para el público se supuso que Arturito había muerto en la Tejuca de la fiebre amarilla.
Dos días después de haber despedido a Arturito, supo que Pedro Lobo acababa de desembarcar en Río de Janeiro y que pretendía venir a verla. Ausente D. Joaquín y víctima Rafaela de jaquecas continuas, Rafaela no recibía entonces ni salía de su casa. Pedro Lobo buscó en la calle a Madame Duval, le habló, y le pidió y casi le exigió que le diese una cita con su señora.
Conoció Arturito que no debía desear la muerte de D. Joaquín y se compungió del improvisado deseo que había asaltado su corazón en un instante de descuido. Entonces apeló a otros medios para disuadir a Rafaela de la ruptura.
Rafaela creía en la propia contrición, en su horror al pecado y en su firme propósito de la enmienda que la movían a despedir a Arturito. Lejos, muy lejos de ella la idea de que Juan Maury diese o pudiese dar el menor impulso para aquel acto.
En suma, no había ya remedio; era menester borrar aquella mancha, pero sin rasgar la tela; era menester dar a Arturito su pasaporte, pero en forma de cucurucho repleto de delicadísimos confites. Llegó por fin el día prefijado por Rafaela para tomar la cruel resolución, inevitable ya según su atormentada conciencia, de decir al pobre Arturito: hasta aquí llegó, no sigamos adelante.
El gaucho estaba muy sobre sí, ansioso de satisfacer su rabia y confiando en su destreza en las armas. Ambos ya en el sitio y con la pistola en la mano, marcharon el uno contra el otro. Inseguro Arturito de su puntería, no quiso disparar hasta llegar a la raya que se le había marcado. El gaucho, más seguro, disparó al dar el quinto paso.
Palabra del Dia
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