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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Lo que más nos encanta, es el juego de luz que penetra en las profundidades del agua y nos ofrece delicadísimos espectáculos, incesantemente modificados por los rizos y las ondulaciones de la superficie.
El viento huracanado y raudo roba brutalmente su perfume a las flores y lo esparce sin disfrutarlo; en cambio el aura suave, el céfiro que dicen los poetas, vuela apacible y manso sobre los plantíos y aspira voluptuosamente sus delicadísimos efluvios. Don Juan prefería lo último. Adiós, alma mía, hasta mañana... Anda, busca otro hombre que a esta hora, estando así, a tu lado, sea tan...
En suma, no había ya remedio; era menester borrar aquella mancha, pero sin rasgar la tela; era menester dar a Arturito su pasaporte, pero en forma de cucurucho repleto de delicadísimos confites. Llegó por fin el día prefijado por Rafaela para tomar la cruel resolución, inevitable ya según su atormentada conciencia, de decir al pobre Arturito: hasta aquí llegó, no sigamos adelante.
El carácter de raza, el bautismo de nacionalidad, esa especie de limo que la nacion en donde nacemos y vivimos pega á nuestra alma y á nuestras costumbres: esa herencia de pueblo y de familia es un hecho tan poderoso y tan inevitable, que si estudiamos con el necesario talento la forma exterior del arte de Thiers, de Guizot, de Chateaubriand, de Balzac, de De Lamartine, de Víctor Hugo, de madama Cottin, del mismo Horacio, de ese ilustre pintor que tanto admiro; aún de Beranger, de ese nobilísimo poeta que tanto venero; hasta si pasamos á la ciencia del inagotable Augusto Conté, de ese coloso que tanto me asombra: si estudiamos la forma exterior del arte de esos genios; si nuestro espíritu tuviera el ojo penetrante que se necesita para distinguir ciertos colores, ciertos tintes, ciertas sombras confusas y remotas: más claro, cierto hábil relumbron, cierto viso dramático, cierta cara lavada por el palaustre francés; si tuviéramos la necesaria habilidad para descubrir esos delicadísimos detalles, juraría por mi alma, que aún en el arte de aquellos grandes hombres encontraríamos la hechicería francesa.
Todos los defectillos de ella, todas las faltas, conocía doña Luz que el Padre las notaba, y que se las censuraba con rodeos delicadísimos; sin dejar por eso de advertir también cuanto en el alma de ella había de noble y de bueno, elogiándolo sin el menor empeño de serle grato por medio de la lisonja. Ella, entretanto, miraba en el alma del P. Enrique, y quería verla toda, como él veía la suya.
Palabra del Dia
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