United States or Togo ? Vote for the TOP Country of the Week !


Arturito supo también la llegada de Pedro Lobo no bien éste llegó. Y si hemos de decir la verdad, allá en el fondo de su alma pacífica y humilde, se alegró entonces de que le hubiese despedido Rafaela. Así se creyó libre y exento de tener un lance con el gaucho, que alcanzaba fama de brutal y grosero.

Después de algunas frases que entre ambos mediaron, Arturito empezó a dar sentidas quejas de recibimiento tan frío. Ella entonces, con el incontrastable imperio que tenía sobre él, le cortó la palabra, y sobre poco más o menos, pronunció las siguientes, que casi podemos calificar de discurso: Días ha, mi querido Arturito, que tengo la conciencia muy escrupulosa y atribulada.

Entonces sentía Rafaela grandes veleidades de plantarle; pero, como era caritativa y estimaba además como gloriosa producción de su ingenio y de la energía de su voluntad todos los progresos y mejoras de un espíritu cultivado por ella, resistía a la tentación de plantar a Arturito.

Le creía apasionado, celoso y tal vez enterado de todo, porque nunca falta gente chismosa que se deleite en dar ciertas noticias. Derrotado y huido de su patria, Pedro Lobo debía de estar más feroz que nunca, y Rafaela temía, sino ponía en salvo a Arturito, apartándole de , que ocurriese a éste un lastimoso percance.

Acostumbrado Arturito a las exquisiteces, primores y alambicadas quintas esencias de las mujeres de París, volvió muy desdeñoso, encontrando a sus compatriotas feas, zafias y mal vestidas. En ninguna de ellas descubría un átomo de chic.

De aquí que saliese del retraimiento en que por la pena de la reciente muerte de Arturito se encontraba y apareciese en su palco, en el teatro, la primera noche en que la Stolz cantó en la Semíramis. Don Joaquín fue también, aunque estaba tan apesadumbrado como si hubiese perdido un hijo.

Hacemos aquí tan particular y detenida mención de Octaviano por lo mucho que amaba a Arturito, de quien había tenido especial cuidado y con quien había jugado cuando niño, llevándole a paseo y a la escuela, y acompañándole luego cuando fue a estudiar a las Universidades de San Pablo y de Olinda. Arturito no llevó a París a Octaviano por no llamar la atención.

Mucho distaba aún de llegar la remesa, cuando, en aquellos mismos días del lance entre Arturito y el gaucho, notó la gente que Juan Maury no llevaba ya el bastón. Le preguntaron por su paradero y él contestó que no sabía. El bastón se le había perdido. No había quedado rastro de él. Era como si la tierra se le hubiese tragado.

D. Joaquín se había ido a la chácara por una semana en compañía de tres o cuatro amigos. En las noches de jaqueca muchos tertulianos acrecentaban el mal de Rafaela, pero la visita de uno sólo podía aliviarla. Arturito acudió, pues, aquella noche, esperando tener la satisfacción de dar el alivio mencionado.

Indudablemente, sin ninguna intención y sin oculto propósito, sin descubrir ni reconocer ella como causa de su cambio la impresión que Juan Maury le había hecho, y creyéndose impulsada por las amonestaciones y piadosos discursos del Padre García, no sólo había despedido a Arturito, sino que también se propuso no volver a recibir al gaucho y romper para siempre con él, aunque bien notaba, con cierto sentimiento entre lisonjero y penoso, que la segunda venida del gaucho a Río había sido por ella.