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Era el negro Octaviano que intervenía briosamente en defensa de su señor. Animado Arturito con aquel auxilio y enojado por los insultos y por la afrenta que Pedro Lobo le había hecho, prorrumpió en injurias contra él, le llamó satélite del sanguinario tirano Rosas y le calificó de derrotado y forajido.

Pensó en que el término dichoso, honesto y santo de la educación que a Arturito había dado, era casarle con la más linda señorita que hubiese en Río de Janeiro, cristiana y recatadamente educada, bonita y amable y de distinguida familia, en quien Arturito hallase una compañera digna y fiel y lograse dar a su padre el Sr.

Y por otra parte, los diálogos entre Rafaela y Juan Maury, que Arturito había oído, y que versaban sobre historia, metafísica y otros objetos profundos, apartaban del pensamiento de Arturito toda sospecha de que los interlocutores pudieran enamorarse.

Arturito estaba presente a estas conversaciones, que nada tenían de misteriosas, pero no entendía palabra y no tomaba parte en ellas.

Y por último, en lo tocante a las prendas intelectuales y morales, al ingenio, al saber y a la energía de voluntad que en medio de su aparente timidez en el inglesito se notaba, la diferencia aparecía enorme en la mente escrutadora de Rafaela. Empezó, pues, a tener vergüenza del afecto que Arturito le había inspirado. La compasión hacia él fue disminuyéndose casi hasta desaparecer.

Tal vez en la misma noche en que Arturito y el gaucho reñían un duelo a muerte, ella con el inglesito se había olvidado de todo. El puño del bastón, con su monstruosa y semi-humana figura, de repente se trocó en un espectro para ella; en un espectro que acudía a atormentarla con burlas espantosas. La señora de Figueredo, con todo, no se ahogaba en poca agua ni se asustaba por cualquier niñería.

Arturito había formado lista de ellas y dispuesto que las hubiese de todas procedencias y de todos colores: desde la alemana Catalina, apellidada por su cándida y sonrosada tez y por su dulce y buena pasta el Merengue de fresa, hasta lo que llaman en el Brasil café con leche más o menos cargado y café puro; esto es, que había tres o cuatro mulatas convidadas a la función y una negra gentilísima a quien llamaban la Venus de bronce.