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Actualizado: 18 de mayo de 2025
En mi vida había leído una novela, y caí en un éxtasis, en un arrobamiento de que no podría dar idea. Aunque viviese novecientos sesenta y nueve años como el buen Matusalém, no olvidaría jamás la impresión que me hizo la lectura de La linda joven de Perth.
Las dos mujeres, ya que no pudieron abrazarse en su rapto de enternecimiento, por hallarse en el balcón, se estrecharon conmovidas las manos, y así estuvieron largo rato, hasta que vinieron a sacarlas de su triste arrobamiento los gritos de las jóvenes que ocupaban el balcón, inmediato. ¡La procesión! ¡Ya está ahí la procesión!
Feli vivía en dulce somnolencia, absorta por su felicidad, algo asombrada de que el mundo guardase ocultas tantas delicias. Todo le parecía bueno; se abandonaba con sublime impudor; sentíase capaz de caer en los brazos de Isidro en plena glorieta de los Cuatro Caminos con el mismo arrobamiento que si estuvieran en despoblado.
«Cuando la acostaban, tocaba yo en el salón una melodía de Schubert. Ya estaba a punto de terminarla, cuando la señora Braun vino de su parte, a pedirme que siguiese. Por primera vez volvía Magdalena a oír música desde la terrible noche en que la música pudo costarle la vida. Accedí a su ruego, y cuando al terminar entré en su cuarto, la encontré sumida en una especie de arrobamiento. » ¡Oh!
Pasaron de sala en sala, cada vez más admirados; Miquis, enfático y grandilocuente; D. José, repitiendo como un eco las exclamaciones de su amigo; Isidora, muda, absorta, abrumada de sentimientos extraños a las emociones del arte; mirándolo todo con cierta ansiedad mezclada de respeto, que más bien parecía el devoto arrobamiento que inspiran las reliquias sagradas.
Era, sin darse cuenta de ello, una mística del amor; quería sentirlo y poseerlo en espíritu, con la suave delicia del arrobamiento; y como aquella belleza que suponía funesta le sujetaba al suelo, maldecía de ella viendo en la expresión turbadora de sus ojos, en la púrpura de sus labios, y hasta en el timbre voluptuoso y penetrante de su voz, otros tantos presagios de irremediables infortunios.
Robledo, que había recobrado su tranquilidad, dijo gravemente: Estoy seguro de ello... Pero todavía es usted joven y tiene tiempo para esperar. Tal fué su arrobamiento al oir esta respuesta, que acabó por acariciar el rostro de su acompañante con los lentes que tenía en una mano. ¡Oh, la galantería española!... Pero separémonos; guardemos nuestro secreto ante un mundo que no puede comprendernos.
Y Juanito, que hasta entonces había permanecido silencioso, contemplando a su madre con la misma expresión de arrobamiento que si fuese un amante, se apresuró a cumplir su deseo, y casi la arrebató el ajado billete que había sacado del limosnero, corriendo después al mostrador. ¡Cómo la quiere a usted ese chico, Manuela! dijo el comerciante. No puedo quejarme de los hijos.
Palabra del Dia
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