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Actualizado: 18 de mayo de 2025


El fraile vacila un instante, pero clavando en la joven una mirada de arrobamiento, cual si hablase a una santa aparición, agrega con voz estremecida: Yo le conocí en Huancavelica, hará cosa de seis años.

Aquel rumor familiar del viento húmedo cruzando entre las hojas crecía y disminuía a intervalos en medio del silencio de los patios. Yo lo escuchaba sin demasiada amargura, con una especie de triste arrobamiento cuya dulzura era extremada algunos momentos. ¿No trabaja usted? me dijo de pronto el profesor. Está bien... Allá usted...

La criada mestiza, ayudada por los dos muchachos, quitaba la mesa, y la habitación con tabiques de madera iba tomando el mismo aire que si Elena diese una fiesta. Los tres visitantes, al hablarla, repetían con cierto arrobamiento la palabra «marquesa», como si les llenase de orgullo verse amigos de una mujer de tan alta clase. Elena no ocultaba cierta predilección por Canterac.

Pero con Freya había que esperar siempre algo absurdo é inconcebible. El cañonazo del mediodía los sacó de su arrobamiento voluptuoso, que había durado unos segundos, largos como años. Los pasos del guardián, cada vez más próximos, acabaron por separar sus dos bustos y desenredar sus brazos. Freya fué la primera en serenarse.

Ramiro conoció de súbito el arrobamiento del primer amor. Su soñar sobrepujaba la vida; y aquel brusco delirio fue pronto para él la coloración, el ritmo y el perfume de todo lo creado. Su fervor religioso y sus anhelos de gloria se acostaron entonces como lebreles a los pies de la nueva pasión.

Luz sólo sabía que era él, y esto no debía respondérselo a su madre; la cual, por lo mismo que lo había sospechado por lo que había visto y lo que estaba observando en el arrobamiento y turbación de su hija, tenía mayor empeño en saber algo más; y repitió la pregunta al novio de la hija de su amiga cuando pasó cerca de ella.

tío el Canónigo dice que está excomulgado este buen señor; pero el Rey es Rey». Pasado su primer arrobamiento, Isidora empezó a ver con ojos de mujer, fijándose en detalles de vestidos, sombreros, adornos y trapos. «¡Qué variedad de sombreros! ¡Mira este, mira aquel, Miquis!... ¡Vaya un vestidito! Y , ¿por qué no montas a caballo, para parecerte a aquel joven?... Es un cursi.

, ella se lo había asegurado, el amor de los artistas era así, extremoso, loco en la voluptuosidad; pasaba por una dulcísima pendiente del arrobamiento ideal, cuasi místico, a la sensualidad desenfrenada.... En fin, él veía visiones; pero ¡qué hermosas, qué sabrosas!

Los dos callaron hundiendo sus ojos en aquella gasa impenetrable de vapores. La condesa buscaba el sol. Octavio buscaba una fórmula. La condesa principió á tararear piano la famosa frase il sol de l'ánima de Rigoletto. Octavio la escuchaba con arrobamiento: sintió húmedos sus ojos y apretada la garganta.

Ya no podía concebir el resto de su vida sin el amor y la total posesión de la doncella. ¿Para qué soñar, ambicionar, afanarse, si no lograba la caricia que acababa de escapar a su ansia? ¿Qué era el mundo y sus loores sin aquella victoria? ¿Cómo soportar que otro hombre?... Su ensueño amoroso oscilaba entre el arrobamiento y las fiebres impuras.

Palabra del Dia

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