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Actualizado: 3 de julio de 2025


Y en las cubiertas de estas naves, los tripulantes, arremangados, interrumpían las faenas de la limpieza para responder al popular saludo con un griterío idéntico. En torno al trasatlántico comenzó a evolucionar un enjambre de vaporcitos y lanchas automóviles con gentes ansiosas de subir a su cubierta. Cruzábanse entre ellas y los de arriba gritos de saludo, agitaciones de pañuelos.

Compraré una; miraré bien esta para tomarle bien las medidas». Estaba Maximiliano con la hucha en la mano mirándola por arriba y por abajo, como si la fuera a retratar, cuando se abrió la puerta y entró una chiquilla como de doce años, delgada y espigadita, los brazos arremangados, muy atusada de flequillo y sortijillas, con un delantal que le llegaba a los pies.

Los «monos sabios», con los brazos arremangados, tiraban de los míseros jacos para que los probasen los jinetes. Llevaban varios días de montar y amaestrar a estos caballos tristes, que aún guardaban en sus flancos las rojas huellas de los espolazos.

Andando ya hacia la iglesia, vimos aparecer de pronto, sobre la jiba del pedregal, un hombre alto y fornido, de hermosa cabeza, envuelto entre un chambergo de anchas alas y una barba gris; venía a cuerpo con un chaquetón pardo, y los pantalones, del mismo color, arremangados sobre unos borceguíes de recia suela y muy embarrados.

La primera persona que encontraron en el interior del edificio fue al auvernés, en mangas de camisa, los puños arremangados, azogando la luna de un espejo. ¡Hola! exclamó el doctor, lo que yo había previsto. ¿Pero qué? Que se azogan las lunas con una capa de mercurio aprisionada bajo una hoja de estaño, ¿comprendéis? Todavía no.

Los viejos se apoyaban en gruesos cayados de Liria, amarillos y con arabescos negros; la gente joven mostraba arremangados los brazos nervudos y rojizos, y como contraste movía delgadas varitas de fresno entre sus dedos enormes y callosos. Los enormes chopos que rodeaban la taberna daban sombra á los animados grupos.

Y los mozos, arremangados, inclinábanse sobre el vientre abierto de la bestia, que esparcía en torno regueros de sangre y de orín, pugnando por introducir a puñados en el trágico desgarrón las pesadas entrañas que colgaban fuera de él. Otro sostenía las riendas del caído animal y apretaba contra el suelo la triste cabeza poniendo un pie sobre ella.

El sol de verano caldeaba la muchedumbre, por entre la cual paseaban las chiquillas despeinadas y en chanclas, con el cántaro en la cadera, pregonando el agua fresca, y los mocetones de brazos hercúleos y arremangados, con pañuelo de seda en la cabeza, sosteniendo a pulso las pesadas heladoras y ofreciendo a gritos la horchata y el agua de cebada. Ya habían sonado las cuatro.

Las mujeres y los chicos refugiábanse en los graneros, y los hombres, arremangados de piernas, chapoteaban en el líquido fangoso, poniendo en salvo los aperos de labranza, o tirando de algún borriquillo que retrocedía asustado, metiéndose cada vez más en el agua.

Los arrumbadores, mocetones fornidos, en cuerpo de camisa, arremangados y con la amplia faja negra bien ceñida a los riñones, iban de un lado a otro con sus jarras de metal, trasegando los vinos de la combinación al tonel nuevo del envío. Montenegro conocía desde su niñez al técnico de la bodega de embarque. Era el empleado más antiguo de la casa.

Palabra del Dia

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