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Nada añadiría ya a su acabada caballerosidad, quitando mucho a su prudencia y a sus sentimientos humanitarios. ¡Ah señores! el hombre no es una fiera de los bosques a quien enardece en vez de calmar la sangre de su enemigo y lucha con él hasta destrozarlo y no queda satisfecha hasta que le arranca sus entrañas palpitantes.

De pronto, el capitán Evrard atraviesa por entre aquella multitud atónita ante su temeridad, arranca al general de las manos que se disputan el honor de darle el golpe de gracia, y vuelve a nuestras filas bajo una lluvia de balas que no le alcanzaron.

me pagaste ya, emperador, cuando te hice llorar con mi canto: las lágrimas que arranca a las almas de los hombres son el único premio digno del pájaro cantor. Duerme, emperador, duerme: yo cantaré para ti. Y con sus trinos y arpegios se fue durmiendo el enfermo en un rueño de salud. Cuando despertó, entraba el sol, como oro vivo, por la ventana.

¡Era demasiado para don Mariano!... ¡Con qué gusto se cambiaría por aquel afortunado capitán Pérez!... ¡Y pensar que tan odioso militarejo pudiese llegar de un momento a otro a destruir el pequeño e inocente placer de su amistad con la deliciosa criatura, como un asno que arranca con los dientes, al pasar por un jardín, una florida mata de claveles!

Ya sabes lo que pasó. Yo vacilé entre Arturo Esquilón y él; al fin me decidí por Esquilón, que ya había terminado la carrera. Y el otro, hijita, se quedó soltero, triste, aplanado; para él no había otra. ¡Me conmueve y arranca lágrimas esta fidelidad!... Me lo explico, Margarita. Buen mozo, y tiene porvenir en la política. ¡Hijita, te da por los políticos! Creo que habla muy bien.

De pronto se levanta, me arranca el sombrero de la cabeza sin mirarme, salta al medio del corro y se lo pone. Comienza una serie de movimientos con las caderas, con el pecho, los brazos, la garganta, con todo menos con los pies. ¡Olé la Carboneriya! gritaron dos o tres.

El espectador no sabe, no ve, de dónde arranca, ni en dónde concluye. En esa ignorancia misteriosa y trascendental, en esa ignorancia sublime con que la ASUNCION se apodera de nosotros, consiste el gran mérito de la pintura, á juzgar por lo que yo siento delante de ella.

Después de las puertas del Sol y del Osario, halló la de Carmona, una de las más bellas del recinto, de donde arranca, en línea paralela con el acueducto que provee de agua a Sevilla, el camino real que atraviesa toda la Península en su longitud, brincando como una cabra, por las asperezas de Despeñaperros.

El minero desciende al infierno de los tiempos modernos, sin más guía que la chispa de su linterna, y arranca de las capas de las primeras edades reliquias de la infancia de la tierra, los árboles carbonizados que dieron sombra a las monstruosas bestias de la prehistoria.

La visita de Pitogo está á una legua de su matriz, pero su vecindario es más laborioso. Está situada en un cerro que arranca desde la orilla de la mar. Tiene dos ríos caudalosos á ambos lados de la población, resguardados por dos castillejos.