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Aquí están pintados todos los animales del mundo. ¡Y con colores, como el gigante! , ésta es, ésta es la jirafa, comiéndose la luna: éste es el elefante, el elefante, con ese sillón lleno de niñitos. ¡Oh, los perros, cómo corre, cómo corre este perro! ¡ven acá, perro! ¡te voy a pegar, perro, porque no quieres venir! Y Nené, por supuesto, arranca la hoja. ¿Y qué ve mi señora Nené?

Eso no sirve allá, como no le sirva al demonio para hacer de las suyas... Se la arranca usted, ¿ o no? Hágalo por , para que yo me quede tranquila». Fortunata volvió a tener la llamarada en sus ojos, al modo de un reflejo de iluminación cerebral, y en su cuerpo vibraciones de gozo, como si entrara alborotadamente en ella un espíritu benigno.

En las minas, y en las fábricas que las rodean, hay trabajo para los niños en cuanto pueden sostener en la cabeza un cesto con un poco de tierra. Los ochavos que ganan así los hijos de los pobres son en Matalerejo la semilla de la avaricia arrojada en aquellos corazones tiernos: semilla de metal que se incrusta en las entrañas y jamás se arranca de allí.

Si aun esto no basta, o si se encuentra en la pampa y la obscuridad es impenetrable, entonces arranca pastos de varios puntos, huele la raíz y la tierra, las masca, y después de repetir este procedimiento varias veces, se cerciora de la proximidad de algún lago, o arroyo salado, o de agua dulce, y sale en su busca para orientarse fijamente.

Una montaña cubierta de bosques, en forma de cordon, paralela á la ribera del lago y que casi arranca desde la limpia y verde márgen, domina enteramente á Horgen, de manera que la graciosa villa, encerrada entre el lago y la montaña, se prolonga á lo largo de la orilla, ó muestra algunas de sus fábricas y muchas de sus casas de estilo pintoresco trepadas en escalones como escalando la montaña, en medio de jardines y huertos.

Y Nené, entusiasmada, arranca al libro las dos hojas. ¿Quién llama a Nené, quién la llama? Su papá, su papá, que está mirándola desde la puerta. Nené no ve. Nené no oye. Le parece que su papá crece, que crece mucho, que llega hasta el techo, que es más grande que el gigante del monte, que su papá es un monte que se le viene encima.

Llegan las cinco y media, subimos á un coche que nos conduce á una estacion de ferro-carril; nos acomodamos en nuestros puestos, y el tren arranca. Pasan algunas horas, y á los rayos de una luna llena, distinguimos los árboles corpulentos de Orleans, luego las llanuras de Burdeos, despues las torres de Angulema, de Bayona y de Irun. Irun está delante de nosotros.

V. las Obras líricas y cómicas de D. Antonio Hurtado de Mendoza: Madrid, 1728, págs. 145 y siguientes. Así lo prueban claramente los ejemplos siguientes: «Nace amor como planta En el corazón; El cariño la riega, La seca el rigor. Y si se arraiga, Se arranca al apartarle Parte del alma.

Una vez en pie, bramando de ira, se arroja sobre el garrote de uno de los paisanos, se lo arranca de las manos, lo empuña con las suyas indomables y se lanza á la puerta rugiendo: ¡Puño! ¡repuño! Tanto insulto no lo aguanta el hijo de mi madre. ¡Aunque se esconda debajo de la tierra he de atrapar hoy á ese puerco y le he de abrir la cabeza! Los tertulios, claro está, se apresuran á detenerle.

El brigadier me esperaba ya, ocupando su puesto en la carretela, acompañado de otro amigo. Llego, monto, me siento, y el coche arranca. No habian pasado nueve minutos cuando nos encontramos, cerca de la barrera que circuye á uno de los cafés cantantes de los Campos Elíseos.