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Actualizado: 1 de mayo de 2025
Aresti recordaba una noche de luna clarísima, al retirarse á casa después de una cena con los contratistas, en las afueras de Gallarta. Oyó un canto lúgubre que rasgaba como un lamento la calma de la noche, y vió pasar á un hombre, vacilante sobre sus piernas, que parecía ebrio, llevando á cuestas á otro, envuelto en una sábana, con un brazo colgante que le golpeaba á cada paso.
Aresti pensaba en la gente mísera y doliente de las minas. ¡Ay, si aquellos hombres que engañaban su estómago con agua sucia, no teniendo bastantes alubias para llenarlo, escuchasen al poderoso Sánchez Morueta lamentarse en medio de la opulencia de su vida! Entonces, dijo el doctor eres infeliz porque nada te falta, porque posees todo lo que los hombres creen que les puede hacer dichosos.
No puede ser otro. San Antonio es el patrón de las bestias y aquí en Gallarta hay tanto buey.... Al reconocer don Facundo al médico, refrenó el paso de su cabalgadura. A la mina, ¿eh? preguntó Aresti. Sí señor: acabo de largar mi misita y ahora un rato á ver lo que hacen aquellos, hasta la hora de comer. Hay que cuidarse de lo divino y lo humano. Hay que trabajar, don Luis.
Pero no creas, Luis, que estoy arrepentido añadió con resolución. Yo tengo derecho á ser feliz y la felicidad se toma donde se encuentra.... Pero dí algo, Luis. ¿Qué opinas de todo esto? Aresti encogió los hombros. De aquellos amores no quería hablar. Si proporcionaban á su primo cierta felicidad, hacía bien en continuarlos.
Aresti, excitado por este estruendo, recordaba la famosa batalla de las Encartaciones, cuando el ejército liberal intentaba levantar el sitio de Bilbao por segunda vez. La ferocidad de los hombres, la triste gloria de la guerra y la destrucción, habían popularizado los nombres de dos humildes aldeas de Vizcaya.
El marino se extrañaba de que Aresti no hubiese visitado á su primo. No es que yo crea que va á morir dijo el capitán pero muchacho, anda muy malucho. No sé qué mala mosca le ha picado de algún tiempo á esta parte. No come, está tristón, pasa el día sentado, dejándose cuidar por su mujer y su hija como si fuese un niño. En fin, que no es ni sombra de lo que fué.
Y hablaba con entusiasmo de Aresti, de la bondad con que seguía sus amores. Sí, mi tío es muy bueno dijo Pepita hablando del doctor como de un pariente lejano, del que sólo se acordaba la familia de tarde en tarde. ¡Lástima que tenga esas ideas! Es un planeta muy simpático, pero mamá cree que está loco. Lo incierto de su porvenir, llevó de nuevo á los dos jóvenes á hablar de sus amores.
Los rebaños se esparcían por las faldas marcándose sobre el verde fondo, como enormes piedras blancas, las ovejas de gruesos vellones. A lo lejos, sonaba el chirrido de invisibles carretas. Aresti llegó al monasterio á las siete. Su aspecto monumental y aparatoso, su fealdad solemne, contrastaban con la soledad y el silencio de los campos.
Por esto agarró con un entusiasmo paternal á su sobrino Luis, y los vecinos de Olaveaga le vieron á todas horas en la gabarra ó por las orillas de la ría, con el pequeño cogido de la mano, acariciándolo como si fuese un nuevo hijo. Aresti no conoció otro padre que el señor Juan, y Sánchez Morueta fué para él un hermano.
Las puertas sólo habían sido chamuscadas: la presencia de la autoridad había disuelto el grupo incendiario, extinguiendo el fuego. Era ya más de mediodía. Los grupos se aclaraban: todos se iban á comer. Aquello sólo había sido el prólogo de lo que ocurriría después. A la tarde, aquí se decían unos á otros al alejarse. Aresti entró en el restaurant del Suizo.
Palabra del Dia
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