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Actualizado: 16 de mayo de 2025


Había tratado algo al anciano General, creía conocerlo y lo estimaba. No así Sarto, pero yo había aprendido ya que éste sólo estaba satisfecho cuando él mismo lo hacía todo, y que a menudo lo impulsaba, más que el deber, un sentimiento de rivalidad.

Quedeme absorto al ver cómo aquella criatura había aprendido a mover caderas, piernas y brazos con tanta sal y arte tan divino cual las más graciosas majas de Triana.

Del amor cumplido y entero, exclusivo y honrado desistí desde entonces, considerándole para imposible. El lazo afectuoso que hace años al Barón me une, no es amor ni amistad, porque es más apretado lazo que el que ata a los amigos, y porque es más espiritual y cae menos bajo el influjo de los sentidos que el amor más platónico y más puro. Yo he leído y aprendido mucho en estos últimos años.

Se acuerda usted de para regañarme... ¡Se ha vuelto usted muy regañón, padre!... En otro tiempo era usted más cobarde, más suavecito; todo lo decía dando rodeos, de miedo de ofender a una... ¡Pero ahora! ¡Anda, anda, buenos rodeos te Dios!... Ya ha aprendido bien a regañar... Por supuesto añadió cambiando de tono y acercándose más a él que a me gusta más de esta manera.

El día sobreviene, y los semblantes pálidos de los reclutas; su fatiga y extenuación revelan todo lo que se ha aprendido en la noche. Al fin da descanso a su tropa, y lleva la generosidad hasta comprar empanadas, y distribuir a cada uno la suya, que se apresura a comer, porque es parte ésta de la diversión.

Por lo demás, esto es lo que quería decir al señor respondió Alain inclinándose con gracia; he aprendido al servicio de estas señoras, que la nobleza de los sentimientos vale tanto como la otra, y en particular la del señor Conde Castennec, que tenía la debilidad de pegar á sus criados. Es lástima que la señorita no pueda casarse con un noble de buen nombre.

Le sacó de la escuela, donde había aprendido a mal leer, y a los doce años entró como aprendiz de uno de los mejores zapateros de Sevilla. Aquí comenzó el martirio de la pobre mujer.

En toda esa mañana no hizo nada. Almorzó y subió a dormir la siesta. Los peones volvieron a las dos a la carpición, no obstante la hora de fuego, pues los yuyos no dejaban el algodonal. Tras ellos fueron los perros, muy amigos del cultivo, desde que el invierno pasado habían aprendido a disputar a los halcones los gusanos blancos que levantaba el arado.

Llegó el caso de haber de despedir dos de ellos, por haber ya aprendido a aserrar otros de Santa María; ninguno de los cuatro quería ser despedido, todos querían continuar, sin acobardarse del fuerte trabajo de la sierra, y les causó mucho sentimiento cuando los despidieron.

Un día, para correr mejor, se había puesto en cuatro patas: era una exhalación. ¿Cómo? preguntaba don Mateo asombrado, ¿en cuatro patas? Lo que usted oye. Sanjurjo se reía a carcajadas, afirmando que había aprendido a correr así de niño, cuando su cojera era más pronunciada y no podía competir con los compañeros.

Palabra del Dia

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