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Y el pobre Maltrana lo sentía así, apreciando como un gran honor la propuesta del personaje. Lo que deseaba el marqués de Jiménez era escribir un libro, pero un libro notable que consolidase su prestigio de economista, de pensador serio.

Tan pronto recordando los deliciosos detalles de sus primeros meses de matrimonio, las palabras dulces, las pruebas ostensibles de amor que su mujer le diera, su mujer, cuyos defectos eran los de todas las niñas demasiado mimadas, se ponía a imaginar que estaba bajo el poder de una maldita alucinación, una de las mil infamias que los enemigos de su suegro habían inventado para hacerles daño, y estaba a punto de volverse a Sarrió y meterse nuevamente en la cama; como apreciando y pensando los motivos que tenía para sospechar de ella, aquella grave escena que determinó la salida del Duque de la casa de sus suegros, su frivolidad y coquetería, la denuncia aunque embozada persistente del periódico enemigo, se le encendía la sangre de golpe y apretaba vivamente el paso. ¡Oh, desgraciados de ellos si era verdad! ¡Más les valía no haber nacido!

Todas tenemos nuestro ángel en el cuerpo...». Después de esto, tornó a ver con claridad las cosas, y dejando vagar sus miradas por la habitación solitaria y semioscura, pensaba en lo mismo, pero apreciando mejor la realidad de las cosas. En aquella meditación, lo que descollaba, después de vueltas mil, era un vivo deseo de ser no sólo igual, sino superior a la otra.

Con ello estaba dado el paso capital para llegar al auténtico conocimiento de la vida de Lope, apreciando rectamente los numerosísimos datos dejados por aquél, más o menos desfigurados, en muchas de sus obras.

Y con gran calma iba repartiendo las manos de periódicos, exigiendo a cada uno el producto de la venta del día antes, llevando de memoria las intrincadas partidas de su contabilidad, apreciando al tanteo la exactitud de las cantidades en calderilla, sonando las pesetas contra el asfalto con tal ímpetu, que volvían de un rebote a sus manos como si fuesen pelotas.

Afortunadamente en nuestra patria se ha despertado el deseo de conservar las obras de las generaciones pasadas, y este deseo no será estéril en Zaragoza para el Castillo de la ALJAFERIA, despues que un General apreciando sus bellezas y recuerdos llevó á la Reina Ntra. Sra. á su recinto.

¡Eh, compañeros! ¡Que soy un trabajador como vosotros! Las manos: a ver las manos rugieron algunos braceros, sin abatir sus armas amenazantes. Y por entre los embozos de la capa, aparecieron unas manos fuertes, cuadradas, con las uñas roídas por el trabajo. Uno tras otro, iban aquellos hombres acariciando las palmas, apreciando sus duricias. Tenía callos: era de los suyos.

Porque si usted es chalán también yo soy chalana. Jacinta discurría ya cómo se las compondría para juntar los mil duros, que al principio le parecieron suma muy grande, después pequeña, y así estuvo un rato apreciando con diversos criterios de cantidad la cifra. «Que no rebajo ni tanto así. Lo mismo me da monea metálica que pápiros del Banco. Pero ojo al guarismo, que no rebajo na».

Uno que era casi un niño se atrevió a mirar por encima de la borda, apreciando con ojos de espanto la distancia enorme que se extendía entre el buque y la costa. ¡Yo no quiero!... ¡No quiero morir!... ¡Yo quiero ir a Buenos Aires! ¡Madre!... ¡Mamita!... Y se echó al suelo gimiendo, agitando las piernas para repeler a los que se acercasen.

Benigna y su marido manifestaron con enérgicos signos de cabeza que aquello del romanticismo estaba muy bien dicho. «Pero si yo también le quiero proteger afirmó Juan apreciando los sentimientos de su mujer y disculpando su exageración . Ha sido una suerte para él haber caído en nuestras manos librándose de las de Izquierdo. Pero no disloquemos las ideas.