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Belarmino y Apolonio han existido, y yo los he amado. No digo que hayan existido en carne mortal sobre el haz de la tierra; han existido por y para . Eso es todo. Existir, multiplicarse y amar.

Nosotros íbamos de negro y mi padre hasta se había hecho una camisa toda negra, para la ocasión y para que no se le manchase con los ciscos del tren. La duquesa abrió las maderas de la habitación y se nos quedó mirando: «Vaya, vaya dijo, cuando se satisfizo de mirarnos ; con que éste es el gran Apolonio Caramanzana, y este otro el camuesín....» De allí en adelante me llamó el camuesín.

Del otro lado es roja y encendida, como Apolo, ígneo padre de la vida. ¡Oh terrible combate! Gozo o peno; ya miro al lado ardiente, ya al sereno; y mirando a tu rostro, noche y día, pasan las horas de la vida mía. Señor Apolonio, déjese de coplas. Cuando me habla así es que quiere pedirme algo; lo por experiencia. Dígame lo que le ocurre como Dios manda.

Cosa sorprendente: Apolonio asistía sin enojo, antes con orgullo, al vencimiento de sus gallos. Lo esencial era que nunca cantaban la gallina; morían porque debían morir, que el héroe muere siempre a la postre, y no a manos de otros héroes, sino por el vil puñal.

Yo, maestro artista, repelo la alpargata con sacrosanta indignación. No sigamos por ese camino, Apolonio, porque tendríamos un disgusto. Como presidente de la Diputación y, por tanto, representante del Gobierno legítimo, no puedo consentir que nuestra invicta bandera se ponga en tela de juicio. No le digo a usted: zapatero a tus zapatos, porque no quiero provocarle.

Apolonio mensuraba la longitud y la latitud del comedor, paseando y sollozando el «Spirto gentil», de La favorita.

Apolonio valoró clarividentemente el suceso como un triunfo de Belarmino, pero dándole proporciones desmedidas. Para Apolonio, aquello había sido la consagración suprema de Belarmino como filósofo, y que de allí al acatamiento universal no había más que un paso.

Sin necesidad de levantar los tejados, como el Diablo Cojuelo, Apolonio adivinaba el drama oculto en cada casa, y con todos los pequeños dramas individuales formaba una gran tragedia, la tragedia de la calle, en que él era el héroe, la víctima, y Belarmino el traidor.

Novillo se sentía feliz, expansivo, y al acomodarse Apolonio a su lado le dió una palmada en el muslo al zapatero, preguntando: ¿No dice usted nada hoy, querido Apolonio? Le decía a usted, don Anselmo Apolonio respondió sin mostrarse herido por la ausencia mental y material de su amigo , que los chinos conceden al pie la importancia debida. Este es mérito común a los asiáticos.

A pesar de los pesares, el tiempo corre que vuela. Ahora hay una aquí, en Pilares. Cierto; pero es de zarzuela. Novillo ya replicaba en verso. Apolonio respondió que a él no le importaba. La cuestión era que le estrenasen el drama. El señor Novillo, como presidente de la Junta de abonados, lo podía exigir. Novillo prometió que lo exigiría.