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Actualizado: 21 de julio de 2025
Gonzalo sintió apretársele el corazón. Guardaron silencio obstinado un buen rato. Al cabo don Melchor dijo: ¿Vienes a cenar, Gonzalito? Ahora no tengo apetito, tío; allá iré un poco más tarde. Bien, pues hasta ahora pronunció tristemente el señor de las Cuevas. Y se alejó lentamente en dirección de tierra, perdiéndose a poco entre las sombras.
Animación mundana reinaba en el frugal desayuno, y aunque las monjas se esforzaban por mantener un orden cuartelesco, no lo podían conseguir. «Ese plato es el mío. Dame mi servilleta... Te digo que es la mía... ¡Vaya! ¡Ay, San Antonio, qué duro está el pan!... Este sí que es de la boda de San Isidro. ¡A callar! Algunas tenían un apetito voraz; se habrían comido triple ración, si se la dieran.
Isidora las miró bien; pero iba ella, a su parecer, tan mal, con tan innoble traza, que de buena gana se hubiera escondido para no ser vista de las otras. Porque la de Rufete, pobre y mal ataviada, se consideraba fuera de su centro. Su apetito de engrandecerse no era un deseo tan sólo, sino una reclamación.
Pep emprendió el camino de regreso a su alquería luego de este breve saludo, como un servidor respetuoso y enojado que sólo se permite con su amo las palabras indispensables. Vuelto Jaime al interior de la torre, cerró la puerta, dejando la cesta sobre la mesa. No sentía apetito: cenaría más tarde.
Su postema era aquella desalmada pasión, mezcla de amor, de lubricidad, de soberbia y de rabiosos celos. No pudiendo devolver a su ex-querido tanta cruel mordedura como desgarraba su pecho, saciaba el apetito de venganza en el fruto de sus amores.
En cuanto al hombre alto aparentó replegar su mirada sobre sí para poderse sostener en aquel aprieto; pero la risa de Magdalena, que era contagiosa, rompió el silencio. ¡Ea! dijo vivamente, deben ustedes tener apetito, ¿no es verdad? ¿Quieren ayudarme a preparar la merienda? No faltó quien de muy buena gana se brindase.
Este dejó en el suelo las carteras y el claque, que no se cerraba nunca, y cayó sobre las chuletas como un tigre... Entre los mascullones salían de su boca palabras y frases desordenadas: «Agradecidísimo... Francamente, habría sido falta de educación desairar... No es que tenga apetito, naturalmente... He almorzado fuerte... ¿pero cómo desairar? Agradecidísimo...».
Si posible fuera... Tengo algún apetito. Y como ya deseaba hablar, añadió, sonriendo con amabilidad: ¿No baila V. con las otras jóvenes? La he visto a V. muy solita ahí debajo del corredor. Nunca bailo respondió toda confusa la niña, como si le imputasen alguna falta grave. ¿No sabe V.? Sí, señor, sé, pero... Vamos, no le gusta. Antes me gustaba mucho; ahora, no tanto.
Escena que usted ha venido a interrumpir con su figura y sus aires modernistas dijo Elena sonriendo, pero con voz ligeramente cambiada. La hospitalidad es la única virtud que resplandece en los poemas griegos. Soy un pobre viajero que cansado y hambriento viene pidiendo una tarima donde descansar y pan para satisfacer su apetito.
Palabra del Dia
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