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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Pero comprendía que con esto no adelantaba nada; al contrario, pondría las cosas en peor estado, y se callaba tragando bilis o apelaba con timidez a los ruegos para conjurar la borrasca. Más de una vez pensó en irse de nuevo a la fonda; pero al instante su conciencia se rebelaba. ¿Esto no era egoísmo? ¿Qué adelantaba su hermana con que él no estuviese en casa?

Se oponía a ellas, pero como nada lograba con oponerse, acababa por aguantarlas, si bien con hondo dolor, para cuyo alivio apelaba a la bebida, de suerte que el ver al relojero alemán un tanto cuanto tomado del aguardiente, era indicio infalible de que Catalina no estaba en casa y andaba corriendo aventuras.

Uno de los testigos, comerciante alemán, sentíase influenciado de pronto por la opinión de los más, y apelaba al buen sentido de aquel señor que hablaba en público con tanto éxito. «Señor Maltrana: ¿no era absurdo que dos hombres de bien como ellos se prestasen a esta niñada peligrosa?... ¿No estaban a tiempo para que los adversarios escuchasen una buena palabra?...» A él le obedecería su compatriota, representante de una casa honorable, que no podía comprometer su prestigio y sus muestrarios en locuras impropias de la seriedad comercial.

Resultas de esta terquedad los honrados jueces daban la razon á los frailes y todos se le reían diciendo que con la razon no se ganan los pleitos. Pero apelaba, cargaba su escopeta y recorría pausadamente los linderos. En este intervalo su vida parecía un delirio. Su hijo Tanò, un mozo alto como su padre y bueno como su hermana, cayó quinto; él le dejó partir en vez de comprarle un sustituto.

Se introducía en las asquerosas moradas que ocupaban, las catequizaba haciendo esfuerzos titánicos de oratoria que le ponían rojo como un tomate y le obligaban a toser y escupir de un modo imponente. Y cuando el arte de Bossuet no producía efecto, apelaba al dinero.

Era este mozo, gran discípulo y jurado secuaz de Rafael Valls, a cuya autoridad apelaba en cuanto decía, defiriendo tanto a sus dichos, como pudiera a Moisés o a Jeremías y en hallándose atacado sin salida, que era bien de ordinario, respondía, que no había estudiado; pero que Valls satisfaría por él.

Y cuando llegaba aquí lloraba el pobre anciano, daba a su nieta un sonoro beso en la frente; y después, casi siempre la hacía un regalo. Ella le entretenía hasta hacerle reír con el relato de sus travesuras de colegiala, o con el de los recursos a que apelaba para templar la iracundia de su hermano, cada vez que, por obra de caridad, se acercaba a él; y así llegaba la hora de marcharse.

Dábale a entender que sería una tristeza quedar solo, después de haberse acostumbrado a su compañía, y apelaba también, algo grotescamente, a qué dirán, sosteniendo que doña Luz era muchacha y que no debía campar por sus respetos como vieja solterona, que buena y severa que fuese, si vivía sola, habían de decir que era una vaca sin cencerro.

Palabra del Dia

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