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Actualizado: 15 de junio de 2025
En la casa del muerto, á donde habían acudido al día siguiente antiguos conocidos y amigos, se comentaba mucho un milagro. Decíase que en el momento mismo en que agonizaba, el alma de Capitan Tiago se había aparecido á las monjas, rodeada de brillante luz. Dios la salvaba, gracias á las numerosas misas que había mandado decir y á los piadosos legados.
»Esperamos inútilmente; permanecimos solos el resto de la noche, y cuando los primeros rayos del día iluminaron las vidrieras de la capilla, Carlos no había aparecido. »Pasó el día, pasaron también los siguientes y no volvió a presentarse en el castillo.
Sí, la conozco bien respondió la vieja con voz lúgubre, que semejaba la de un aparecido. Como se han criado juntas, ¿verdad? Sí, nos hemos criado juntas volvió a responder el aparecido. ¿Cuándo os habéis separado? Nos separamos hace treinta años. Y es muy rara, ¿no es cierto? Muy rara. Pormenores de las rarezas de su prima no fue posible sacárselos.
Para mayor precaución cargaron con todas las municiones, no queriendo dejarlas en la barca, que, aunque bien escondida, corría el peligro de ser descubierta y saqueada. ¡A tierra! exclamó el Capitán. Por el recodo del río había aparecido una piragua tripulada por muchos hombres, y detrás se veía ya la proa de otra.
Don Braulio, según sus quehaceres o su humor, iba o no iba con su mujer y su cuñada a estas diversiones y fiestas, a las que Rosita tenía buen cuidado de convidarle siempre. Pasaron meses desde la noche en que por vez primera habían aparecido en la tertulia de la Condesa don Braulio, su mujer y su cuñada. Todas las prudentes reflexiones de don Braulio a su mujer habían sido inútiles.
Son proposiciones que le hace un empresario amigo mío. Vaya usted tranquilo. A las diez salía el tren, y aunque la estación distaba poco de la fonda, a las nueve andaba ya don Juan paseando su impaciencia por el andén, tan contrariado y en tal estado de ánimo, que si en aquellos momentos hubiese aparecido ella, se la lleva consigo.
Más sorprendido que complacido vio Morsamor la aparición de donna Olimpia de Belfiore, pues no era otra la dama enlutada que le saludó con tanto entusiasmo y cariño. Hermosa como siempre estaba donna Olimpia. El tiempo no imprimía la destructora huella en su rostro, en el cual se notaba mayor majestad que antes y honda tristeza. Donna Olimpia no había aparecido sola.
Unos le hacían hijo de un carnicero de Sevilla; otros le declaraban granuja de la playa de Málaga en su juventud. Lo que se sabía de positivo, era que hacía ya muchos años había aparecido en Madrid como parásito de un título andaluz, el cual, después de haber disipado su fortuna, se saltó los sesos.
En la isla de las Flores, una de este archipiélago, «había echado la mar dos cuerpos de hombres muertos que parecían tener las caras muy anchas y de otro gesto que tienen los cristianos». También se hablaba de que en las cercanías de la isla habían aparecido ciertas almadías con casas movedizas, embarcaciones extrañas que no podían hundirse y que al ser arrastradas por una tempestad habían perdido tal vez sus tripulantes.
En aquella aparición, creí yo ver algo más que la morada de la dicha, algo más que el Olimpo, mansión de los inmortales. Pero una nube maliciosa cerró de nuevo la salida por donde había yo visto la montaña. Halléme de nuevo entre viento, nieve y lluvia y consoléme con decir: ¡un Dios se me ha aparecido!
Palabra del Dia
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