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Actualizado: 1 de junio de 2025
Bastaba mirar a los nombrados para comprender que no se trataba de una broma irreverente; nadie se atrevió ni a pensarlo... El misterio de lo sobrenatural y lo inexplicable se cernía, como una grande ave negra, sobre las frentes, pálidas y sudorosas... Los mismos reyes se pusieron de pie... Y fray Anselmo dobló una rodilla en tierra, besó la mano del monarca, levantose, y habló... Sus palabras eran como sombras de palabras.
Se alegraba en el alma de verse libre de aquel testigo y semi-víctima de sus flaquezas; pero, así y todo, al recordar ahora que en vano gritaba «¡Petra!», sentía una extraña y poética melancolía. «¡Cosas del corazón humano!». ¡Servanda! ¡Servanda! ¡Anselmo! ¡Anselmo! Nadie respondía. No hay duda, es muy temprano.
Tambien deberá acordarse de que cuanto posee lo debe á la generosidad de los Monarcas Españoles. Nuestro Señor, &c. No lo hemos hallado en el borrador autógrafo del Señor Azara. El editor Sobre la demarcacion. Exmo. Señor: Asumpcion, 30 de Abril de 1793. Para que llegue á V. E. sin lesion el mapa que he hecho del rio Paraguay, lo dí al alferez de fragata D. Anselmo Bardaxí, que salió para esa.
Era obligado que penetrase creyéndose perseguida, que proyectase vagamente hacerse un par de zapatos, y que, de postdata, le acometiese el escrúpulo de si a Novillo le placerían aquellas visitas al zapatero subversivo. A poco de salir Felicita, cruzó, por delante de las puertas de la zapatería, don Anselmo Novillo, con solemnidad de hombre corpulento, machucho y poseído de su elegancia.
»¡Ah! -dijo Anselmo-, Lotario, Lotario, y cuán mal correspondes a lo que me debes y a lo mucho que de ti confío!
Para el padre Anselmo era doña Inés modelo de casadas y de madres de familia y dechado ejemplar de señoras distinguidas y doctas. En todo cuanto le dijo acerca de Juanita no advirtió otro intento que el de evitar o reprimir el escándalo y el mal ejemplo que en el Jugar se estaba ya dando.
Reinaba allí la más amplia libertad de pensamiento; y el médico, que era el constante impugnador del P. Enrique, decía cuanto se le antojaba; pero como todo corazón generoso lleva ingénitamente en su centro la buena crianza, aunque no se la hayan dado, D. Anselmo, ni aun en la fuga del más ardiente disputar, ni en la mayor violencia de sus ataques, se olvidaba de velar y de mitigar su rudeza con la dulzura de la forma.
»-Así es la verdad -respondió Anselmo-, y con esa confianza te hago saber, amigo Lotario, que el deseo que me fatiga es pensar si Camila, mi esposa, es tan buena y tan perfeta como yo pienso; y no puedo enterarme en esta verdad, si no es probándola de manera que la prueba manifieste los quilates de su bondad, como el fuego muestra los del oro.
Casi siempre las conversaciones de doña Luz y del P. Enrique eran en la tertulia, en presencia de don Acisclo, de D. Anselmo, de Pepe Güeto y su mujer y del señor cura.
Pero... me olvidaba... esta carta no puede ir sin otra suya, y él no ha venido. En aquel momento entró en el cuarto una dama de la reina que venía de ceremonia. ¡Ah, doña María! exclamó la joven. Vengo, doña Clara, primero á daros la enhorabuena... una triple enhorabuena... qué sé yo cuántas enhorabuenas... ¡Oh! ¡Muchas gracias, señora! Anselmo, vete fuera. Sentáos, doña María.
Palabra del Dia
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