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El Arcediano y don Custodio prosiguió hicieron anoche comidilla de la confesata en la tertulia de doña Visitación, esa tarasca; señor, comidilla de la confesata de la otra; y si había durado dos horas o no había durado dos horas.... El Magistral se santiguó y dijo: ¿Ya murmuran? ¡Infames!

Todo se le podía perdonar, menos aquel capricho desatinado de enamorar a la hija de Gregoria, que le despreciaba hasta el punto de no haberle jamás dirigido la palabra, como que le dejó en mantillas... y hasta la fecha. Pero él no entendía de razones. Era un muchacha que no tenía pies ni cabeza. ¿Sabes a qué hora llegó anoche?... hoy, mejor dicho: ¡a las tres y treinta y cinco!

La Hawkins cogió anoche frío y no puede cantar; pero como debe estar pasado mañana en Chicago, se va ahora mismo en el rápido. Adiós cita. Aquí tiene usted una carta que le han traído y en la que Jenny se excusa, sin duda.

Eso será entre vosotros me contestó con su aire chancero de costumbre , avezados a vivir entre cristales; ¡pero entre los montunos de por acá!... ¡Pobre de tu tío Celso el día en que no pueda desayunarse con una tripada de esa gracia de Dios! Pero, vamos a ver, ¿y ? ¿te has desayunado ya con algo más de tu gusto? Porque no falta de ello en casa, como te dije anoche.

Antes de anoche... madre mía... herí malamente á don Rodrigo Calderón. ¡! Y me ayudó don Francisco. ¡Cómo! ¡dos hombres contra uno! No; no, señora; dos contra dos. ¡Ah! No podía ser de otro modo... la verdad del caso es que don Francisco y yo estamos amenazados. ¡Amenazado ! Sabe Dios de qué, porque sabe Dios si morirá don Rodrigo. Pero, ¿por qué le heriste? Por miserable. ¡Por miserable!

Pero la procesión me andaba por dentro. ¿Creerás que anoche he soñado con este muñeco? Ayer, sin saber lo que hacía compré un nacimiento. Lo compré maquinalmente, por efecto de un no qué... mi resabio de compras movido del pensamiento que me dominaba. Bien sabía yo que usted cuando le viera...

Yo le pregunté después a la Paca si había vuelto por allí el chico de Santa Cruz, y me contestó: 'Calla hija, si han dicho aquí anoche que está con plumonía.... Pobrecito, por poco no lo cuenta.

Titay es esa pobre mujer que acaba de salir, era la amante de un compañero y anoche supimos había vendido cuanto tenía, creyendo poder seguirnos. ¡Pobrecilla! añadió el valiente hijo de España visiblemente conmovido; sin él nada quiere y toda su fortuna la ha tirado á la mar.

Hubiese usted sentido orgullo anoche y esta mañana al ver cómo desfilaban miles y miles de varones que han abrazado nuestra causa y desean morir en defensa del beneficioso régimen organizado por las mujeres. El flamante capitán se interrumpió para mirar abajo, extrañándose de la soledad de la playa. Todos los servidores habían desaparecido.

Me lo temía. ¡Qué cabeza! ¡Si estaba ella anoche muy encalabrinada...! Pero señora, ¿por qué no pasa a casa de D. Plácido? Allí habrá sillas, al menos, y podrán la señora y los señores sentarse a gusto...». Hágame el favor de llamar en el tercero y ver si está Plácido. Tengo la seguridad de que él la encuentra. Segunda llamó, y Plácido no estaba.