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Actualizado: 5 de noviembre de 2025
Lo más atractivo de su persona era el halo de bondad que nimbaba su frente y la serena expresión amorosa y profunda de sus ojos garzos. Había en su sonrisa una mística expresión, siempre encesa, como en ideal culto de algún divino pensamiento. Aquel sublime encanto de la joven era la desesperación de Narcisa y de su madre, que llegaron a odiarla.
Porque soy un enfermo, un desgraciado como tú. Nuestra miseria es la amorosa afinidad.... Además, yo nunca he amado como los demás hombres. He visto en mis viajes las mujeres más hermosas del mundo, sin sentir el más leve escalofrío de deseo. No soy un temperamento amoroso. De mis aventuras allá en París, cuando era joven, salía siempre con un sentimiento de disgusto.
Seremos amigos, ¿eh?... Esta es su casa, yo le consideraré como un camarada simpático; con lo de esta noche ha ganado usted en mi ánimo más que con un continuo trato; pero va usted a prometerme que no reincidirá en esas tonterías de admiración amorosa que han sido siempre el tormento de mi vida. ¿Y si no puedo?... murmuró Rafael.
Cada elegido tendrá 72 de estas divinas criaturas, las cuales se disputarán sus caricias y le darán largos dias de amorosa embriaguez al son de los acordes del ángel Israfil y de las campanas del Paraiso.
¿Por qué se ríen ustedes? dijo al llegar. ¿Se figuran que se trata de una aventura amorosa? Pues no hay tal... Es decir, sí ha sido una aventura amorosa, pero en tiempos remotos. Ahora no es más que una vieja que viene a pedirme diez duros. ¿Se los ha dado usted? ¡Nunca! y eso que me ha dicho que tiene un hijo muriendo. No quiero sentar precedentes funestos.
Estaba de manifiesto que el Príncipe le había dicho que su amor era para él un consuelo, la alegría, su salvación, y ya fuese sincero, ya fingiese contando con el efecto de aquellas palabras, lo cierto era que ese efecto no podía fallar, tratándose de una alma amorosa.
Esto la preocupó y la puso de mal humor para todo el día, por más que nunca quiso confesarse que la causa de su malestar y melancolía era ésta. Poco a poco, debido a su temperamento irritable y caprichoso, aquella aventura amorosa que había muerto al nacer, iba ocupando su espíritu haciendo brotar en él un deseo.
«¡Esta sí que era resolución firme! Iba a ser buena, buena, de Dios, sólo de Dios; ya lo vería el Magistral. Y él, don Fermín, sería su maestro vivo, de carne y hueso; pero además tendría otro; la santa doctora, la divina Teresa de Jesús... que estaba allí, junto a su cabecera esperándola amorosa, para entregarle los tesoros de su espíritu».
Los grandes ojos azules, lascivos, de la generala, se clavaban con amorosa inquietud en su amante al proferir estas palabras. Miguel despertó de la indiferencia en que yacía. Todo eso eres, cielo mío... Todo eso y mucho más contestó, apretándole con efusión las manos. ¡Si fuese cierto!... Pero no... tu amor va siendo cada día más tibio... A medida que el mío se enciende, el tuyo se apaga...
Afortunadamente, el tal efecto no constituía para Cesarina una pasión absoluta, y si únicamente una simple disposición amorosa, y el reconocimiento natural en quien se ve amada con vehemencia. ¡Pobre muchacho!
Palabra del Dia
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