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Leal permaneció inmóvil, siguiendo con mirada triste a su amo. 130 En vano le acarició su nuevo amo. ¡Bien merecía el nombre de Leal! Se dice que aquel hermoso caballo murió de tristeza a los pocos días.

De lo que sucedió en aquellos tres días siguientes ninguna fe daré, porque los tuve en el vientre de la ballena; mas de cómo esto que he contado , después que en torné, decir a mi amo, el cual a cuantos allí venían lo contaba por extenso.

Yo voy, y mientras se ordena Su venida, por estrena Del contento que me has dado, Yo dire á mi renegado Que te quite esa cadena. Vase. Qué es esto, cielos, que he oido? Es mi Silvia? Silvia es cierto; Es posible, hado incierto! Que he de ver quien me ha tenido Vivo en muerte, en vida muerto? Esta es mi Silvia, á quien llamo, A quien sirvo, y á quien amo Mas que todo lo del suelo.

, eso, eso dijo Doña Francisca remedando el tono grandilocuente con que mi amo había pronunciado las anteriores palabras . : ¿y todo por qué? Porque se les antoja a esos zánganos de Madrid. Que vengan ellos a disparar los cañones y a hacer la guerra... ¿Y cuándo marcha usted? Mañana mismo. Me han retirado la licencia, ordenándome que me presente al instante en Cádiz».

ENRIQUE. Una llama del infierno arde en ellos. ELSA. ¿Y cómo fulguran de tal modo tus ojos? Los ojos de los espectros están apagados y mudos. ENRIQUE. Los iluminan resplandores del paraíso. ¡Amor mío, novia querida! ¡Si supieras cómo te amo! ¡Qué largo ha sido este día para ! ELSA. ¡Y para qué terrible! ENRIQUE. No podía más.

Cuyo sentimiento enterneció algo a su amo, pero no tanto que mostrase flaqueza alguna; antes, disimulando lo mejor que pudo, comenzó a caminar hacia la parte por donde le pareció que el ruido del agua y del golpear venía.

No dejó de sorprenderle al excusador el aire de autoridad del viejo doméstico, y lo poco en que tenía la voluntad de su amo para recibir o no las visitas.

El lacayo hereda los ricos vestidos del amo, ya usados; el mercader de trapos se los compra al lacayo cuando están viejos; el remendon y el limpia-botas los toman del ropavejero, ya remendados, y al fin, cuando los harapos galonados empiezan á deshacerse de viejos é inmundos, llegan hasta donde el mendigo ó el salta-caños, en cambio de algunos peniques. ¡Tal es la sucesion de las clases sociales en Lóndres!

Pero tened en cuenta que amo mucho á doña Clara Soldevilla, y que llevo vuestra palabra de que Quevedo no será preso. Y saludando al duque salió. El duque salió acompañándola y murmurando: Ese Quevedo debe de ser brujo.

¡Oh, ! ¡tuyo y no más que tuyo! ¿Y partiremos? . ¿Desde esta casa? . ¿Y no volverás á ver á doña Clara? No amo á nadie más que á ti. Y don Juan la atrajo á sus brazos. Dorotea le sonrió de una manera tal, le dejó ver de tal modo su alma, que una involuntaria sonrisa de triunfo de don Juan borró, como una nube al sol, la sonrisa de gloria de Dorotea.