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Actualizado: 2 de junio de 2025
«Digo, así -dijo Sancho-, que, estando, como he dicho, los dos para sentarse a la mesa, el labrador porfiaba con el hidalgo que tomase la cabecera de la mesa, y el hidalgo porfiaba también que el labrador la tomase, porque en su casa se había de hacer lo que él mandase; pero el labrador, que presumía de cortés y bien criado, jamás quiso, hasta que el hidalgo, mohíno, poniéndole ambas manos sobre los hombros, le hizo sentar por fuerza, diciéndole: ''Sentaos, majagranzas, que adondequiera que yo me siente será vuestra cabecera''.» Y éste es el cuento, y en verdad que creo que no ha sido aquí traído fuera de propósito.
Entonces Cristeta se la levantó suavemente con ambas manos, y mirándole de hito en hito, cual si quisiera leerle en las pupilas el secreto, dijo: Juan... ¡mientes! a ti te pasa algo. Hubo un instante de ese silencio que los novelistas llaman solemne. Quien hubiese podido bucear en el pensamiento de don Juan, habría visto que le repugnaba mentir.
Todas las casas que veía se le antojaban la villa Dandolo, pues en realidad se parecen mucho unas a otras en la isla. Cuando el cochero le señaló un tejado de pizarras oculto entre los árboles, se apretó el corazón con ambas manos. Consultaba con gran atención la fisonomía del paisaje para ver si le anunciaba la gran noticia que ardía en deseos de conocer.
Por la tarde se demarcaron dos grandes lagunas que se descubrian, una al SO y otra al NO: esta mayor que aquella, y ambas de buena agua. Salimos
Leeds no se lo concediese, levantó el paño y buscó los espejos que esperaba debía haber entre los piés. Ben Zayb soltó una media palabrota, retrocedió, volvió á introducir ambas manos debajo de la mesa agitándolas: se encontraba con el vacío. La mesa tenía tres piés delgados de hierro que se hundían en el suelo. El periodista miró á todas partes como buscando algo.
Ambas gracias se obtuvieron, pero por breve tiempo; mas se recogió con ellas un buen socorro para adelantar la construccion, porque estaba suspensa la cruzada.
Ana llamó a Lucía con una mirada, y así que la tuvo cerca de sí, sin decir palabra, y sonriendo felizmente, trajo sobre su seno con un esfuerzo las manos de Lucía y de Sol, que estaban cada una a un lado de ella, y paseando sus ojos por sobre sus cabezas, como conversándoles, retuvo largo tiempo unidas las manos de ambas niñas bajo las suyas.
No hubo tiempo para que el Conde hablase a Elisa, cuyos caballos, apartado el Conde que les estorbaba el paso, arrancaron con furia, a pesar del brío con que los retenía el cochero. Elisa tuvo tiempo, no obstante, para mirar, para examinar a ambas mujeres. Al punto adivinó quiénes eran. Cruel fué el resultado de su examen.
Pasó una mano por la frente; se tomó el pulso, y después se puso los dedos de ambas manos delante de los ojos. Era aquella su manera de experimentar si se le iba o no la vista. Quedó tranquila. No era nada. Lo mejor sería no pensar en ello. «¡Confesión general!». Sí, esto había dado a entender aquel señor sacerdote. Aquel libro no servía para tanto. Mejor era acostarse.
Reyes y le frotó las orejas con ambas manos como para entrar en calor. Fingimiento inverosímil, pues estaba la atmósfera que ardía, según el otro. ¿Qué hay, perillán? ¿A qué viene usted aquí? ¿A robarme tiempo, eh? Pues me lo pagará usted en dinero, porque el tiempo es oro. Y se reía D. Benito, encantado con su propia gracia. Sr. García, quisiera hablar con usted dos palabras....
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