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Actualizado: 27 de julio de 2025


Hembra fuerte, acostumbrada a los sports y gran caballista, la gente la veía galopar por las afueras de Sevilla, llevando con la negra falda de amazona una chaquetilla de hombre, corbata roja y blanco castoreño sobre el casco de oro de sus cabellos.

Se sumió otra vez el joven en su monótona labor de dibujante lineal; pero á los pocos instantes sus ojos volvieron á levantarse del papel. Ahora creyó ver en el fondo de la habitación á Celinda montada á caballo; pero no como una amazona pigmea, sino con su talla ordinaria.

Se sintió empujado rudamente por una mujer con uniforme. Era Mary Lewis que corría, abriendo todo el amplio compás de sus piernas, para alcanzar al carruaje. Esta amazona del bien siempre llegaba á tiempo para encontrarse con el dolor. Lubimoff vió como se alejaba poco á poco el vehículo con su orla de gentío.

Celinda apareció vestida con falda de amazona. Envió á su padre un beso con la punta del rebenque, y sin apoyarse en el estribo ni pedir ayuda á nadie, se colocó de un salto sobre el aparejo femenil, haciendo salir su caballo á todo galope hacia el río. No fué muy lejos.

La amazona fue despedida de la silla, al mismo tiempo que un alarido de emoción de muchos centenares de bocas sonaba a lo lejos. El caballo, al librarse de los cuernos, salió corriendo como loco, con el vientre manchado de sangre, las cinchas rotas y la silla tambaleante sobre el lomo. El toro fue a seguirlo; pero en el mismo instante, algo más inmediato atrajo su atención.

Conservaba su esbeltez gimnástica de efebo, pero la maternidad había amplificado majestuosamente sus formas. Ya no llevaba su cabellera cortada como una melena de pajecillo, ni se permitía en público los saltos y las travesuras infantiles de aquella amazona patagónica admirada por los inmigrantes. Debía mostrar la seriedad de una mamá.

La señorita de la estancia de Rojas se divertía acosando á estos rebaños zancudos, que escapaban, abriendo el compás de sus rudas patas, y eran alcanzados algunas veces por el lazo de la amazona. El puma, con el empujón del hambre, también descendía en invierno de las alturas para rondar en torno á los ranchos y casitas de la Presa.

Como había pasado la mayor parte de la existencia simplificando su vida y prescindiendo de comodidades, ya no necesitaba estas comodidades. Celinda, la antigua amazona, y su esposo, tenían á la puerta del hotel, desde las primeras horas de la mañana, un lujoso automóvil.

Iban á correr en breves minutos un camino que á él, en su inexperiencia, le había parecido siempre que exigiría larguísimas jornadas. Elena pensó en la amazona juvenil que había querido golpearla. Su vanidad ultrajada y el deseo de vengarse le hicieron adoptar mentalmente cínicas resoluciones, celebrándolas con una risa oculta que pareció reflejarse en sus ojos.

Lo menos durante un minuto, como Bernardo de Mauprat atraído por los pasos de Edma, la miré huir bajo las verdes ramas de encinas, el velo al viento, su larga amazona oscura ondulante con la sobrenatural agilidad de un diablillo negro.

Palabra del Dia

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