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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Aún le había causado una impresión más dolorosa ver el aspecto de las oficinas de Fontenoy. El juez estaba en ellas como único amo, examinando papeles, colocando sellos, procediendo á un registro sin piedad, apreciándolo todo con ojos fríos, recelosos é implacables.
Nunca respondió el joven ; me quedo con vos. ¡Conmigo! ¿sabéis si yo quiero que os quedéis? ¡Oh, vos me amáis! Es cierto que os amo, que mi alma toda entera es vuestra. ¿No más que el alma? No más. ¿Es decir, que pretenderéis que apuremos una vida desesperada? ¡Desesperada! ¿y por qué? Un deseo voraz que crecerá con el tiempo; un deseo contrariado; un volcán comprimido...
Don Acisclo tenía, aunque envuelta en el debido respeto, tan mala opinión del juicio de su pobre y arruinado amo, que, a pesar de toda la solemnidad de lo que le encargaba, no quiso darle importancia alguna, y lo que menos le pasó por la cabeza fue que aquella carta pudiese tener relación con algo que se pareciese a dinero.
En este tiempo dio el reloj la una después de medio día, y llegamos a una casa, ante la cual mi amo se paró y yo con él y, derribando el cabo de la capa sobre el lado izquierdo, sacó una llave de la manga y abrió su puerta y entramos en casa.
La Alhambra no es la obra de un pueblo artista, como eran las iglesias góticas de la misma época, sino la obra automática del obrero-esclavo, obedeciendo á un mandato concebido por un amo, á quien dominara el instinto del deleite, el hábito de la autoridad suspicaz, vengativa y sensual.
-Y ¡montas que no sabría yo autorizar el litado! -dijo Sancho. -Dictado has de decir, que no litado -dijo su amo. -Sea ansí -respondió Sancho Panza-. Digo que le sabría bien acomodar, porque, por vida mía, que un tiempo fui muñidor de una cofradía, y que me asentaba tan bien la ropa de muñidor, que decían todos que tenía presencia para poder ser prioste de la mesma cofradía.
No se dejó de reír don Quijote de la simplicidad de su escudero; y así, le declaró que podía muy bien quejarse, como y cuando quisiese, sin gana o con ella; que hasta entonces no había leído cosa en contrario en la orden de caballería. Díjole Sancho que mirase que era hora de comer. Respondióle su amo que por entonces no le hacía menester; que comiese él cuando se le antojase.
Encaminóse a la ciudad, y yo le seguí, con determinación de tenerle por amo, si él quisiese, imaginando que de las sobras de su castillo se podía mantener mi real.
¡Eso no es posible, no sucederá!... Ella movió la cabeza. ¡No digas que no! insistí. ¡No digas que no!... Ya sé que no me amas, que me odias, que me execras; pero no me digas, que amas a otro, porque... porque... Le amo dijo. Entonces la supliqué, hasta lloré. Ella repitió: Le amo. No se debe mentir. Yo no sé fingir. Le amo; y porque este amor me está vedado, muero.
Las pruebas no son de aquéllas que desvanecen dudas, no ya en asunto tan grave para el desdichado D. Rodrigo de Mur, para la opinión del Secretario de Estado D. Juan de Idiáquez, y por ende de su amo, sino para cualquiera que interesara á la historia.
Palabra del Dia
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