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Fué contento el Infante de aguardalle, y con esto Montaner con la armada llegó á una playa donde estaba alojado el ejército, una jornada más delante de donde los dejó el Infante. No quiso que persona alguna desembarcase, hasta que le aseguraron que no se haria daño á la mugeres, hijos y haciendas, de los de Berenguer de Entenza, y Fernan Jimenez, y que les dejaria libres para ir donde quisiesen.

Cada pueblo del tránsito le parecía una estación de calvario para su estómago hambriento; recordaba las aldeas por lo que había comido, o mejor dicho, por lo que había ayunado; aquí habían dado por toda comida un caldo de berzas, allá por cena una colación de verduras cocidas; y para colmo de desdichas, estaba alojado en Estella en casa de unas viejas solteronas y por la mañana le daban chocolate con agua, por la tarde cocido, y de noche una sopa de ajo infame.

Y, en tanto que le hacía esta y otras preguntas, oyeron grandes voces a la puerta de la venta, y era la causa dellas que dos huéspedes que aquella noche habían alojado en ella, viendo a toda la gente ocupada en saber lo que los cuatro buscaban, habían intentado a irse sin pagar lo que debían; mas el ventero, que atendía más a su negocio que a los ajenos, les asió al salir de la puerta y pidió su paga, y les afeó su mala intención con tales palabras, que les movió a que le respondiesen con los puños; y así, le comenzaron a dar tal mano, que el pobre ventero tuvo necesidad de dar voces y pedir socorro.

Doña Mónica, la patrona que le tenía alojado por la módica cantidad de tres pesetas cincuenta céntimos diarios en un cuarto de la calle de las Hileras, le aconsejaba prudentemente «que no hiciese caso y comiese», pero él no podía seguir este consejo prosaico al menos en su primera parte.

Los dormitorios habían sido saqueados con más método, desapareciendo únicamente lo que no era de utilidad inmediata. El haberse alojado en ellos el día antes el general con todo su séquito les había librado de una destrucción caprichosa. El conde lo recibió con la cortesía de un gran señor que desea atender á sus invitados.

Saquearon los alojamientos, y tiendas de Miguel, y en la que él estaba alojado hallaron mucho dinero, y joyas de grandísimo valor y entre ellas una corona imperial con piedras finísimas de precio inestimable. Esta vino á las manos de Calel, y haciendo donayre de la dignidad imperial se la puso en la cabeza, afrentando de palabra al que con tanto deshonor suyo la habia perdido.

Todos se aglomeraban á la vista del mar, con la esperanza de ser los primeros en embarcarse apenas se abriese para ellos el camino de la navegación. La guerra iba á ser muy corta, ¡cortísima! El kaiser y sus irresistibles ejércitos sólo necesitaban seis meses para imponer la ley á toda Europa. Las familias germánicas enriquecidas por el comercio se habían alojado en los hoteles.

Los mensageros dieron su recado, Curemo respondió modestamente, Que estaba en la laguna ya alojado, Y que quiere meter allí su gente, Por no dar ocasion á que el soldado Le haga mal: que luego incontinente Irá al consejo y junta con presteza; Y su gente recoje sin pereza.

El ademán de uno de los chicos le pareció a la buena señora que era de besarle la mano. De esto a darlo por hecho no tardó tres segundos. Por otra parte la manía de hablar siempre de cosas del otro mundo, ¿no era también indicio de su profesión? ¡Tendría gracia que hubiera alojado en su casa a un cura apóstata! ¿Qué diría don Matías el capellán castrense? ¿Qué diría Freire?

No estará tan bien alojado como aquí, ni tendrá tan guapa mesonera, ¡ja, ja, ja! pero le daremos cariño largo y lo mejor de lo de casa; y... algo es algo, ¡ja, ja, ja! De todos modos, no es puñalada de pícaro todavía, y pueden ustedes ir formando su composición de lugar para cuando volvamos a vernos. Porque hemos de volver a vernos, ¿no es verdad?