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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Pero tanta mansedumbre No se vio ansi facilmente En animal tan valiente, Aunque su fiera costumbre Muestra á las veces clemente. Mas quién sabe si movido El cielo de mi gemido, Este leon me ha inviado Para ser por él tornado Al camino que he perdido? Sin duda es divina cosa, Y asegurame este intento, Que en espiritu siento Con fuerza marabillosa, Y nuevo y crecido aliento.

Mas apenas hubo llegado a ella, recibió en sus manos un golpe, dado al parecer por otra poderosa e invisible, y oyó una voz que le decía, tan de cerca que sintió la agitación del aire y el aliento caliente y vivo de las palabras: ¡Tate... que es para mi señor el Príncipe!

Una noche, viéndola dormida, se complace en imaginársela muerta, y siente «en su fresco aliento un imperceptible olor á podrido». No obstante, la adora; tiene la atracción de las vorágines; será esclavo suyo hasta morir.

Por fin se aborda una cornisa, se descansa un poco en ella para tomar aliento y equilibrio, y luego se lanza nuevamente en el vacío para descansar más tarde sobre el fondo de tierra firme. Yo recuerdo sin alegría mi estancia durante algunos instantes en el fondo del abismo.

Yo soy cantor de glorias; las hadas me han contado leyendas prodigiosas que yo te cantaré: yo soy tu bardo errante de sueños coronado: yo arrancaré á las sombras de su sepulcro helado, y voz, y aliento, y vida, potente les daré.

Acabó el renacimiento griego de mas de dos siglos fomentado por los Umeyas; desfalleció el genio árabe del Asia, y el astro de la cultura cordobesa llegó á su ocaso. ¡Cuán cierto era que el altivo Cástor musulman no estaba dotado del aliento divino que ahora mas que nunca empezaba á revelar el Pólux cristiano!

También me invitó a que buscase entre mis amigos algún joven noble y rico que fuese digno de ella. Es verdad. Pues bien siguió diciendo Amaury; después de haber pensado maduramente en el hombre que convenía a Antoñita por su nombre y su riqueza, acabo de pedir la mano de su sobrina para... Amaury se detuvo sin aliento.

Obdulia Fandiño, en pie, oía la misa apoyando su devocionario en la espalda de Pedro, el cocinero de Vegallana, y en la nuca sentía la viuda el aliento de Pepe Ronzal, que no podía, ni tal vez quería, impedir que los de atrás empujasen.

Consideraba como una salvación poder marchar incesantemente. El frío de la altiplanicie había penetrado hasta sus huesos, dejándole yertos los brazos. En torno de su boca el aliento se convertía en escarcha. Los pelos de su bigote y de su barba se habían engruesado con una costra de hielo. Todo el calor de su vida parecía concentrarse en su cabeza y sus piernas.

Beatriz se resistió débilmente; ¡en su labio, humedecido, temblaba una lucecilla azul, una gota de luna! Fue al principio un beso ideal, casi incorpóreo, tomado con el aliento, en la quietud, en la altura, sobre el sueño de la ciudad y las tierras; pero, al pronto, el indeciso contacto acabó por despertar los sentidos, y las bocas se ligaron, se apretaron fuertemente, bajo el masculino furor.

Palabra del Dia

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