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Los caballos siguieron, oyendo aún palabras cortadas: ... reir! ... veremos. Dos minutos más tarde el hombre rubio pasaba a su lado a trote inglés. El malacara y el alazán, algo sorprendidos de aquel paso que no conocían, miraron perderse en el valle al hombre presuroso. ¡Curioso! observó el malacara después de largo rato. El caballo va al trote y el hombre al galope. Prosiguieron.

Los judíos de Gibraltar le hacían crédito, y su alazán trotaba llevando a la grupa fardos de sedas y de vistosos pañolones de China.

Dentro de él caben infinitas combinaciones, bellas e interesantes, según el número y distribución de los asaltos y lo sangriento de la lucha; según la calidad del novio, que puede ser caballero y trovador o caballero solamente; el carácter del paisaje, que puede estar cerca del oceano o en lo interior de la sierra; el corcel del amante, que puede ser blanco, negro o alazán, etc., etc.

Las vacas, mientras tanto, se animaban unas a otras. El pasó ayer. Pasa el alambre de púa. Nosotras después. Ayer no pasaron. Las vacas dicen , y no pasan, oyeron al alazán. ¡Aquí hay púa, y Barigüí pasa! ¡Allí viene! Costeando por adentro el monte del fondo, a doscientos metros aún, el toro avanzaba hacia el avenal.

Quilito saltó del sofá y fué a la puerta a ver el carruaje. ¡Qué corte más elegante tenía y cómo deslumbraban su caja y los rayos de las ruedas! el caballo, un alazán hermosísimo, tascaba el freno, impaciente, moviendo sus piernas finas y nerviosas. ¿No has visto al niño? preguntó Quilito al lacayo. El chico contestó que no, ajustándose el sombrero, que parecía venirle algo grande.

Prometíase aquél entonces no abandonar un instante a su compañero, y durante algunas horas, en efecto, la pareja pastaba en admirable conserva. Pero de pronto el malacara, con su soga a rastra, se internaba en el chircal, y cuando el alazán, al darse cuenta de su soledad, se lanzaba en su persecución, hallaba el monte inextricable.

Con ellos viene don Juan. ¡Por vida del alazán, 1575 Que no es la viudilla fea! DO

Su mirada es decidida Y negra su cabellera; Y una sonrisa atrevida Del labio está suspendida Revelando una alma fiera. Lleva un facon en la falda, Lleva un poncho balandran Terciado por media espalda, Y del campo la esmeralda Huella en un potro alazan. El otro es Pedro de Obando, Compañero de fatigas De Zamora, y peleando Anda con él desafiando Las partidas enemigas.

Le seguí y anduvimos cosa de doscientas varas por un estrecho corredor, hasta llegar a maciza puerta de roble, que Sarto abrió. Salimos y nos hallamos en una solitaria calle a la que daban los jardines de la parte de atrás del palacio. Allí nos esperaba un hombre con dos caballos; uno alazán, magnífico, de gran alzada y el otro bayo, no menos fuerte y brioso.

El viejo alazán obtuvo el honor de que se le atribuyera la iniciativa de la aventura, viéndose gratificado con una soga, a efectos de lo que pudiera pasar. Pero a la mañana siguiente, bastante tarde ya a causa de la densa neblina, los caballos repitieron su escapatoria, atravesando otra vez el tabacal salvaje, hollando con mudos pasos el pastizal helado, salvando la tranquera abierta aún.