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Actualizado: 27 de junio de 2025


Fernando hacía alarde de su autoridad, de su prestigio de Rey y Señor; D. Carlos manifestaba en cada renglón profundo convencimiento de sus derechos, arraigado en la falsa piedad. En sus cartas se veía, bajo las protestas de honradez y buena fe, la ferocidad de la ambición de las infantas brasileñas.

El pueblo le presta homenaje, y un capitán termina el drama, pronunciando estas palabras: Y aquí acaba la comedia Del docto ignorante Enrique, Y muerte de Ana Bolena. La aurora en Copacavana . En este drama, cuyo título significa la salida del sol del cristianismo, en el Perú, ha hecho el poeta rico alarde de su brillante fantasía.

La Villasis se detuvo un momento, y sin el menor alarde de esplendidez, con la sencilla naturalidad de quien ofrece una cosa insignificante, añadió en seguida: Por eso, en cuanto quieras disponer de ellos, tengo a tu disposición diez mil duros... Si más pudiera, más daría.

La de Bringas hacía allí público alarde de su vestido mozambique y Cándida lucía el suyo de gro negro, único que conservaba en buen estado. Ocioso será decir que hallándose presente el Sr. de Pez, ningún otro mortal podía atreverse a levantar el gallo en una conversación de política o sobre cualquier asunto de sustancia.

¡Si al menos estuviera en la cabecera, todavía!... dijo haciendo alarde de su poder. El escribiente sabía muy bien que su poder no pasaba de los límites de Tianì, pero le convenía conservar su prestigio y quedarse con la tapa de venado. Pero, os puedo dar un sabio consejo y es que vayais con Julî, al Juez de Paz. Es menester que vaya Julî.

«Y Ana, que pasaba por hija predilecta de confesión del Magistral, por devota en ejercicio, se había presentado en el teatro en noche prohibida, rompiendo por todo, haciendo alarde de no respetar piadosos escrúpulos, pues precisamente ella no frecuentaba semejante sitio.... Y precisamente aquella noche...».

El gaucho, a la par del jinete, hace alarde de valiente, y el cuchillo brilla a cada momento, describiendo círculos en el aire, a la menor provocación, sin provocación alguna, sin otro interés que medirse con un desconocido; juega a las puñaladas como jugaría a los dados.

Acababa él de llegar del extranjero, venía haciendo alarde de gastar mucho, tirando materialmente el dinero. A , por el modo de vestirme por mi tipo, ¿qué se yo? por si me ponía colorines y trajes estrambóticos me llamaban «la Vistosa o la rubia vistosa»; me vio, le caí en gracia y comenzó a obsequiarme.

Sus conmovedoras aventuras las relataba tranquila y naturalmente, sin fanfarronadas ni demostraciones de alarde, y su manera sencilla y verdadera me demostró que era uno de esos hombres que aman la vida de aventuras por sus vicisitudes y peligros. Y ahora ando detrás de los molinetes de Inglaterra añadió riendo.

Llegó don Matías y, efectivamente, me recibió con frialdad y como con cierto alarde de no darme importancia. Este joven insignificante para no existe era lo que parecía querer dar a entender aquel señor. Don Matías era, aunque no de una manera ostensible, mi adversario. Hacía como si no me notara, por mi insignificancia; pero yo, a través de su aire indiferente, le sentía hostil.

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