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Luego, tras el breve relato que le hizo el señor de todo lo ocurrido en la noche, examinó, entornando los ojos con una expresión de inteligente, los dos agujeros abiertos por las balas en la pared. ¿Y usted tenía la cabeza aquí, donde la tengo yo?... ¡Futro!... Su mirada reflejó admiración, devota idolatría, ante aquel hombre portentoso que acababa de salvarse por un verdadero milagro.

Un desgraciado con la cabeza cubierta con un capuchón por cuyos agujeros lucían sus ojos, estaba dando vueltas al rededor del patio, como una bestia feroz. Andaba lentamente y su cadena sujeta encima de la rodilla preducía un chirrido lúgubre. Enmascarado, solitario, silencioso, aquel hombre daba espanto. ¿Qué hace ahí ese hombre? preguntó Tragomer al vigilante. Se pasea durante media hora.

Nuestra fragata tenía las velas con más agujeros que capa vieja, los cabos rotos, cinco pies de agua en bodega, el palo de mesana tendido, tres balazos a flor de agua y bastantes muertos y heridos.

No sabes, no sabes lo que sucede. ¡Oh, Dios mío! ¡y sabe Dios cuándo podremos volvernos á ver! Cuando volvamos á vernos será para no separarnos. Pero adiós, adiós, que estoy haciendo falta en otra parte. ¿Dónde hará falta este pícaro? dijo Quevedo. Oyóse entonce un beso dentro de la habitación. Cuando miró Quevedo de nuevo por los agujeros, ni Luisa ni don Juan de Guzmán estaban en la estancia.

Son pocos los cofrades que ahora hay; éstos tienen escritos sus nombres en una tabla que arriba tiene la imagen de la vocación de la cofradía, y al margen de los nombres hay agujeros con hilos y borlas de varios colores, que cada cofrade conoce el suyo.

A los diez y seis años hice un viaje no muy feliz a Terranova, de grumete. Casi todos los vascos que íbamos a la pesca del bacalao nos reuníamos en Saint-Malô; arrendábamos unas cuantas barcas y marchábamos a pescar a las islas de Saint-Pierre y Miquelon; pero los arrendadores nos daban goletas viejas sin condiciones marineras, llenas de agujeros tapados con estopa.

Entre los retratos de hombres había un obispo que le molestaba por su edad absurda. Era casi de sus años; un obispo adolescente, con ojos imperiosos y agresivos. Estos ojos le inspiraban cierto pavor, y por lo mismo decidió acabar con ellos: «¡Toma!» Y clavó su espada en el viejo cuadro, añadiendo á sus desconchados dos agujeros en el lugar de las pupilas.

Mas él, como viniese a comer y abriese el arca, vio el mal pesar, y sin duda creyó ser ratones los que el daño habían hecho, porque estaba muy al propio contrahecho de como ellos lo suelen hacer. Miró todo el arcaz de un cabo a otro, y viole ciertos agujeros por do sospechaba habían entrado. Llamóme, diciendo: "¡Lázaro!, ¡mira!, ¡mira qué persecución ha venido aquesta noche por nuestro pan!"

Algunos de esos agujeros se obstruyen y se llenan gradualmente; pero hay otros que se ensanchan y se ahondan de año en año visiblemente.

Y así, tenía una caja de hierro, toda agujerada como salvadera; abríala y metía un pedazo de tocino en ella, que la llenase, y tornábala a cerrar y metíala colgando de un cordel en la olla para que la diese algún zumo por los agujeros, y quedase para otro día el tocino. Parecióle después que en esto se gastaba mucho, y dió en sólo asomar el tocino en la olla.