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Actualizado: 11 de mayo de 2025
A despecho de nuestra prudencia y de nuestra ancianidad, he de confesarte que pecamos por un exceso de galantería, y siempre que aparece en nuestra tierra alguna dama extranjera de distinción y aficionada a saber, la recibimos con finísimas atenciones y hacemos cuanto está a nuestro alcance para ilustrarla.
Pidióselo la diosa aficionada A que vivan poetas zarabandos, De aquellos de la seta almidonada: De aquellos blancos, tiernos, dulces, blandos, De los que por momentos se dividen En varias setas, y en contrarios vandos.
Peor sería hablar de política, conversación que Baltasar había prohibido y a la cual la Tribuna se manifestaba más aficionada de algún tiempo a esta parte. No era del todo sistemática la conducta de Amparo al buscar publicidad en sus amoríos; su carácter la impulsaba a ello.
Juana la Larga, que era muy golosa y muy aficionada a que la obsequiasen, aceptó el presente con gratitud y complacencia; pero como no era larga solamente de cuerpo, sino que lo era también de previsión, y, si vale decirlo así, de olfato mental, al punto olió y caló la intenciones que don Paco traía y sobre las cuales había ya sospechado algo.
Salamanca, por el contrario, se me presentaba en la Calle de Zamora, vestida de paño y de terciopelo, de hierro y de gamuza, como una especie de ricahembra apercibida á asistir al Consejo ó á la batalla, y más aficionada al templo que al sarao. Muchas casas eran de piedra, y otras estaban pintadas de un modo severo, anticuado, monumental.
Comenzó el acto: Villamelón seguía indigestado; Currita, emberrenchinada y con el rabillo del ojo alerta; Leopoldina, que era, en efecto, aficionada e inteligente, sin perder una nota, y el tío Frasquito, que allí se había quedado, muy satisfecho por hallarse al lado de Leopoldina, una de las sobrinas espurias a que más predilección mostraba, por su allure varonil y decidida y sus excéntricas genialidades.
Ella, que tantos caprichos había tenido toda la vida, jamás se había mostrado aficionada al teatro, y menos a la música; desde su malparto a la fecha, y ya había llovido después, no había estado en el coliseo cuatro veces: la Compañía actual no la había visto siquiera, y ya estaban acabando el tercer abono... y de repente ¡zas!, sin avisar a nadie, tomaba un palco, y a la ópera todo el mundo.
La Iglesia, los curas, bien; todo estaba bien; ella no era aficionada a las novenas; pero todo ello estaba en el orden, como el haber reyes, y contribución, y Guardia civil. Sobre todo, no se pensaba en nada de eso, no se hablaba de ello, ¿para qué? «Yo no soy beata». Y era atea perfecta, porque vivía en perpetuo pensamiento de lo relativo.
Jacinta gastaba siempre mucho menos de lo que su suegra le daba para menudencias; no era aficionada a estrenar a menudo, ni a enriquecer a las modistas. Los hábitos de economía adquiridos en su niñez estaban tan arraigados que, aunque nunca le faltó dinero, traía a casa una costurera para hacer trabajillos de ropa y arreglos de trajes que otras señoras menos ricas suelen encargar fuera.
Tocaba el piano como una profesora y se creía una pobre aficionada; dibujaba magistralmente, pintaba lindas acuarelas, frutas, flores, pájaros, paisajes, y no se daba cuenta de sus aptitudes artísticas, ni de que sabía robar a la naturaleza la línea, el tono, la expresión, el ambiente que aisla y destaca las figuras, el rasgo oportuno que anima los objetos, la tinta desvanecida, vaga, vaporosa, que hace resaltar las imágenes sin endurecer los contornos.
Palabra del Dia
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